viernes, febrero 23, 2018

bartra

Tomas un capuchino y comes despacio una dona acaramelada mientras ves la caída de Rosa Bartra, la congresista fujimorista que impulsó lo que solo un fujimorista puede ser capaz: la ley de modalidades formativas laborales. Es decir, la ley contempla que los estudiantes de institutos realicen durante tres años prácticas profesionales sin recibir sueldo.
Así es, solo un fujimorista supera a otro fujimorista.
Bartra, qué duda cabe, es la clara muestra de que el fujimorismo sigue siendo la cantera de la que cada cierto tiempo brota un improvisado. La característica de esta escuela, que en especial se pone de manifiesto en los proyectos de ley, viene a cuenta de un pasivo despotismo, de una creencia ventral de saberse aprobado antes del debate. El exceso de confianza en uno mismo, el llenado de la hoja de vida sin pensar en el otro (esencia moral que supone debe identificar a todo servidor público elegido). Obviamente, el lector del blog podrá decir que ese es un ejercicio habitual en nuestros congresistas, pero lo que hace especial este ejercicio es que cuando es protagonizado por un fujimorista, su histrionismo tiene a la indignación como compañera de baile. Si gustas, llámalo conchudez. 
En lo personal, no hay mejor regalo de viernes que la pataleta de un naranja: la explicación/excusa pausada que deviene en epíteto, cuyo condimento depende de la tendencia política de quien realiza el señalamiento. En el caso de Bartra, quien también es la presidenta de la comisión Lava Jato del Congreso, la sinverguenzería no conoce de formas, menos en estas últimas horas, en las que el sentido común viene ejerciendo dominio: lo condenable que resulta su también llamada ley de esclavitud.

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