derrumbe
Me levanté temprano y salí a comprar los
diarios. Tampoco es que haya planeado hacerlo, simplemente abrí los ojos y no
sentí cansancio. A lo mejor había una predisposición, el interés interior que
configura el deseo, en este caso puntual, por saber cómo los medios de
comunicación abordarían las declaraciones de Jorge Barata.
Teníamos nociones generales sobre lo que
sucedería y en parte las expectativas se cumplieron, pero no tanto por el
despliegue de los medios (aunque habría que calificar de extraordinaria la
edición de La República), sino por la reacción inmediata de los implicados en
esta danza de “coimas”, mediante la cual más de uno ha avizorado su futuro
inmediato: el fin de la pretensión política. El descanso obligado para los que
ya detentaron el poder y la aceptación de la frustración para la candidata que
estuvo a punto, y en dos ocasiones, de convertir este país en una chacra.
Más allá de no compartir la preferencia
ideológica, me es difícil ocultar mi desazón por la situación de la ex alcaldesa
de Lima. No es una mala persona, pero lo suyo es aún más complicado en
comparación a los otros implicados, puesto que el dinero de la campaña del NO lo
recibió mientras estaba en un cargo público.
Por otro lado, no tiene precio ver los
rostros confusos de Keiko Fujimori y Alan García en sus descargos. No sé cómo
terminará esta historia, pero si de algo estoy convencido es que este par de sinvergüenzas
serán hologramas, manchas de tinta de lapicero barato en un boleto que se
encuentra en los bolsillos. Aún hay muchísimo por descubrir, y en ese curso
aparecerán nuevos protagonistas, del mismo modo los que intenten reciclarse
ajustándose a los nuevos aires, inevitables presencias que, hay que aceptarlo,
condimentan el ya derrumbado espectro político nacional.
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