defensa de la ficción
Ya es costumbre que Mario Vargas Llosa
altere la paz de nuestro pueblito cultural, cuyos integrantes caen presos de la
conmoción a razón de las supuestas ligerezas que vienen conduciendo últimamente
su criterio. A saber, lo acusan de favoritismo por el artículo dedicado al
último título de Pedro Llosa, a quien tenemos que calificar de buen narrador; y
hace poco, de machista retrógrada por Nuevas
inquisiciones, en donde manifiesta su desacuerdo de la profilaxis que el
feminismo radical pretende llevar a cabo con los libros de ficción.
No siempre sintonizo con MVLl, pero de
dicho artículo firmo cada una de sus palabras. La razón es muy simple: estamos
ante una férrea defensa de la lectura de ficción, últimamente en peligro por
obra y gracia de la mirada fanática de la reivindicación y también por cuenta
de las estrecheces académicas de los estudios culturales. Militancia ciega y
estupidez discursiva que ahora van tras el único refugio que les queda a muchas
mujeres y hombres de cultura: la imaginación y recreación como frutos del acto
de leer.
Nuestra condición de lectores se
resentiría mucho si antepusiéramos elementos extraliterarios a lo que nos
ilumina de un libro. Las inventivas y el talento para transmitir están por
encima de la moral del emisor de turno. Eso es pues lo maravilloso de la
experiencia literaria, que nos rescata del vacío de la cotidianidad. Por
ejemplo: ¿acaso dejaré de admirar por asesina a la fabulosa narradora de
suspenso Anne Perry? En 1954, cuando Perry respondía al nombre de Juliet Hulme,
mató de 45 ladrillazos en la cabeza a la madre de su mejor amiga Pauline
Parker. Las adolescentes Hulme y Parker idearon el macabro acto con frialdad.
Fueron separadas para siempre y enfrentaron la condena social. En su encierro,
Hulme descubrió la evasión de la lectura.
…
En Caretas.
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