Pura finta
Quizá tengo una mala de costumbre de asociar todo lo que leo con algún recuerdo de mi vida. Y para variar esto me pasó hace unas horas mientras estaba leyendo la sección DT de El Comercio. Estaba interesado en saber un poco más del escándalo que refleja la baja catadura moral de Manuel Burga con respecto a la amnistía del Sport Ancash y su presidente José Mallqui –así es, otro sinverguenza, aquel que fuera inhabilitado hace unos años por el caso de soborno acaecido en Talara- pero no encontré nada con relación a ese caso. Y fue lo mejor puesto que al final de DT me topé con un texto de Juan Villoro, La pasión fingida. (1)
Sería un lugar común recalcar que Villoro es uno de los mejores cronistas hoy en día. Aunque mis preferencias apunten por lo que escribe Juan Pablo Meneses si hablamos de crónicas. Villoro en su artículo relaciona el histrionismo de los jugadores de fútbol con otros deportes como el béisbol y el fútbol americano, y parte con el conocido caso del arquero chileno Roberto “El condor” Rojas, quien en las eliminatorias para el mundial de Italia 90, en el partido decisivo de la clasificación con Brasil –que dicho sea de paso fue un desastre en ese mundial gracias a la bestialidad del técnico Lazaroni por tener en la banca a Romario y Bebeto-, este no tuvo mejor idea que cortarse la frente con una navaja escondida en uno de sus guantes.
Todo aquel que ha jugado fútbol o fulbito sabe bien que la finta o la exageración es una manera de causar impresión, ya sea para el contrario, la hinchada, los amigos, la enamorada, la trampa, etc. Como bien apunta Villoro, la simulación es una costumbre en Latinoamérica. Una pésima costumbre, dicho sea de paso. Hasta el día de hoy me acuerdo de los dolores esforzados de Paulo “El churre” Hinostroza, dando vueltas en el grass como si le hubieran espetado un balazo desde una barra contraria (cuántos partidos habrá perdido o empatado Alianza Lima por esas payasadas), pero todo se le perdona al Churre gracias a ese golazo que le hizo a Celso Guerrero en el clásico jugado el 20 de abril de 1995, arco sur, con todo el paroxismo del Comando Sur que gritaba el cuarto gol de aquella goleada de 6 – 3.
Villoro da cuenta también del partido entre Argentina e Inglaterra jugado en el mundial de Francia 98, del revoltijo de Simeone a causa de una patadita de Beckham, cosa que demostró, en palabras de Villoro, que hasta los verdaderos gladiadores del fútbol se disfrazan de comediantes.
La primera vez que jugué fútbol de verdad, fútbol en serio, de campeonato, o sea, con arco y cancha reglamentaria, lo hice ante un equipito de la Tito Drago que tenía un delantero quimboso -un futuro juerguero y protagonista de ampays- que ante un choque delantero – arquero decidió ensayar un foul que terminó generando un penal –y eso que yo me quedé con la pelota, se la saqué de los pies, literalmente-, o sea, tuve que debutar con un penal injusto. La cosa es que me cuadré, este quimboso -que en su foul imaginario juraba que le había roto los gemelos- tuvo el descaro de cuadrarse ante la pelota, encima me mandó un besito volado. Bueno, tomó su vuelo la bestia esa, y como en esa época me guiaba más por la postura de quien pateaba, ya tenía decidido tirarme al lado derecho con todo el impulso de mis piernas, ya que el arrojo tenía que ser a media altura, no a rastras. El quimboso pateó. Me fui al lado pensado, la pelota a gran altura iba hacia el lado izquierdo, pero fue tanta la fuerza del disparo que terminó yéndose al mar del Callao o al aeropuerto.
Y no fueron pocos los que empezaron a putamarear al quimboso, y yo, sin haber hecho nada grandioso, recibí los abrazos de todos. Totalmente exagerados, hasta un compañero de equipo quiso llorar a la fuerza para condimentar la euforia. Es que estábamos en la fiebre Goycochea. Total, penal errado o atajado, siempre es mérito del arquero.
(1) No puedo linkear el artículo de Villoro. Hay problemas en el nuevo formato on line de El Comercio. La pasión fingida forma parte del libro Dios es redondo.
Sería un lugar común recalcar que Villoro es uno de los mejores cronistas hoy en día. Aunque mis preferencias apunten por lo que escribe Juan Pablo Meneses si hablamos de crónicas. Villoro en su artículo relaciona el histrionismo de los jugadores de fútbol con otros deportes como el béisbol y el fútbol americano, y parte con el conocido caso del arquero chileno Roberto “El condor” Rojas, quien en las eliminatorias para el mundial de Italia 90, en el partido decisivo de la clasificación con Brasil –que dicho sea de paso fue un desastre en ese mundial gracias a la bestialidad del técnico Lazaroni por tener en la banca a Romario y Bebeto-, este no tuvo mejor idea que cortarse la frente con una navaja escondida en uno de sus guantes.
Todo aquel que ha jugado fútbol o fulbito sabe bien que la finta o la exageración es una manera de causar impresión, ya sea para el contrario, la hinchada, los amigos, la enamorada, la trampa, etc. Como bien apunta Villoro, la simulación es una costumbre en Latinoamérica. Una pésima costumbre, dicho sea de paso. Hasta el día de hoy me acuerdo de los dolores esforzados de Paulo “El churre” Hinostroza, dando vueltas en el grass como si le hubieran espetado un balazo desde una barra contraria (cuántos partidos habrá perdido o empatado Alianza Lima por esas payasadas), pero todo se le perdona al Churre gracias a ese golazo que le hizo a Celso Guerrero en el clásico jugado el 20 de abril de 1995, arco sur, con todo el paroxismo del Comando Sur que gritaba el cuarto gol de aquella goleada de 6 – 3.
Villoro da cuenta también del partido entre Argentina e Inglaterra jugado en el mundial de Francia 98, del revoltijo de Simeone a causa de una patadita de Beckham, cosa que demostró, en palabras de Villoro, que hasta los verdaderos gladiadores del fútbol se disfrazan de comediantes.
La primera vez que jugué fútbol de verdad, fútbol en serio, de campeonato, o sea, con arco y cancha reglamentaria, lo hice ante un equipito de la Tito Drago que tenía un delantero quimboso -un futuro juerguero y protagonista de ampays- que ante un choque delantero – arquero decidió ensayar un foul que terminó generando un penal –y eso que yo me quedé con la pelota, se la saqué de los pies, literalmente-, o sea, tuve que debutar con un penal injusto. La cosa es que me cuadré, este quimboso -que en su foul imaginario juraba que le había roto los gemelos- tuvo el descaro de cuadrarse ante la pelota, encima me mandó un besito volado. Bueno, tomó su vuelo la bestia esa, y como en esa época me guiaba más por la postura de quien pateaba, ya tenía decidido tirarme al lado derecho con todo el impulso de mis piernas, ya que el arrojo tenía que ser a media altura, no a rastras. El quimboso pateó. Me fui al lado pensado, la pelota a gran altura iba hacia el lado izquierdo, pero fue tanta la fuerza del disparo que terminó yéndose al mar del Callao o al aeropuerto.
Y no fueron pocos los que empezaron a putamarear al quimboso, y yo, sin haber hecho nada grandioso, recibí los abrazos de todos. Totalmente exagerados, hasta un compañero de equipo quiso llorar a la fuerza para condimentar la euforia. Es que estábamos en la fiebre Goycochea. Total, penal errado o atajado, siempre es mérito del arquero.
(1) No puedo linkear el artículo de Villoro. Hay problemas en el nuevo formato on line de El Comercio. La pasión fingida forma parte del libro Dios es redondo.
1 Comentarios:
Villorro escribe muy bien. No leí esa crónica.
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal