David Foster Wallace
Hace tres semanas hice algo amable por alguien. No puedo decir más que esto o de lo contrario le quitaré a lo que hice su valor verdadero y último. Solamente puedo decir esto: hice algo amable. En términos generales tenía que ver con dinero. No fue una cuestión de “darle dinero” a alguien. Pero se acercó. Fue más bien una cuestión de “desviarle” dinero a alguien que estaba “necesitado”. En mi opinión, esto es lo más que puedo especificar.
Esa cosa amable que hice la hice hace dos semanas y seis días. También puedo mencionar que yo estaba fuera de la ciudad; en otras palabras, no estaba donde suelo vivir. Pero, por desgracia, explicar por qué estaba yo fuera de la ciudad o dónde estaba o cuál era la situación general que estaba teniendo lugar pondría en peligro más todavía el valor de lo que hice. Así pues, le aclaré a la mujer que la persona que iba a recibir el dinero no iba a descubrir de ninguna forma quién se lo había desviado. Se tomaron medidas explícitas para que mi anonimato se incluyera en el acuerdo que condujo a la desviación del dinero. (Aunque el dinero, técnicamente, no era mío, el acuerdo secreto por el que desvié fue completamente legal. Esto puede llevar a preguntarse en qué sentido el dinero no era “mío”, pero, por desgracia, no puedo explicar esto con detalle. Sin embargo es cierto.) He aquí la razón. La ausencia de anonimato por mi parte destruiría la “motivación” de mi gesto amable; en otras palabras, parte de mi motivación en el asunto ya no sería la generosidad, sino el deseo de gratitud, de afecto y de aprobación hacia mí. Desgraciadamente, ese motivo egoísta despojaría mi gesto amable de todo valor último y haría que yo fracasara de nuevo en mis esfuerzos por ser clasificado como persona amable o “buena” persona.
(De: ENTREVISTAS BREVES CON HOMBRES REPULSIVOS. “El Diablo es un hombre ocupado”. Debolsillo 21, 2005)
Esa cosa amable que hice la hice hace dos semanas y seis días. También puedo mencionar que yo estaba fuera de la ciudad; en otras palabras, no estaba donde suelo vivir. Pero, por desgracia, explicar por qué estaba yo fuera de la ciudad o dónde estaba o cuál era la situación general que estaba teniendo lugar pondría en peligro más todavía el valor de lo que hice. Así pues, le aclaré a la mujer que la persona que iba a recibir el dinero no iba a descubrir de ninguna forma quién se lo había desviado. Se tomaron medidas explícitas para que mi anonimato se incluyera en el acuerdo que condujo a la desviación del dinero. (Aunque el dinero, técnicamente, no era mío, el acuerdo secreto por el que desvié fue completamente legal. Esto puede llevar a preguntarse en qué sentido el dinero no era “mío”, pero, por desgracia, no puedo explicar esto con detalle. Sin embargo es cierto.) He aquí la razón. La ausencia de anonimato por mi parte destruiría la “motivación” de mi gesto amable; en otras palabras, parte de mi motivación en el asunto ya no sería la generosidad, sino el deseo de gratitud, de afecto y de aprobación hacia mí. Desgraciadamente, ese motivo egoísta despojaría mi gesto amable de todo valor último y haría que yo fracasara de nuevo en mis esfuerzos por ser clasificado como persona amable o “buena” persona.
(De: ENTREVISTAS BREVES CON HOMBRES REPULSIVOS. “El Diablo es un hombre ocupado”. Debolsillo 21, 2005)
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