Durante la semana pasada volví a ver todas las películas de François Truffaut. Este retorno no nació de la nada, puesto que fue motivado por la lectura tardía de un libro clásico del cineasta francés, EL CINE SEGÚN HITCHCOCK.
Como los reencuentros siempre traen sorpresas, me quedé pensando en la primera película de Truffaut que vi, a los diecisiete años, en el antiguo local de la Filmoteca de Lima, ubicada por ese entonces en el Museo de Arte.
EL HOMBRE QUE AMABA A LAS MUJERES (1977) no está entre lo mejor de su filmografía, calificada muchas veces de frívola y esquemática, pero que a su favor podemos anotar que es muy entretenida y, sin exagerar, hasta perdurable.
Bertrand Morane (Charles Denner) no puede vivir sin el cariño de las mujeres, a quienes divide entre las Potrancas y las Gatitas. Este tipo es capaz de todo con tal de poder cruzar palabra con aquella que le gusta, siempre y cuando sus piernas le llamen la atención, porque, según él, a través de una somera observación del contorno de las pantorrillas y tobillos puede llegar a conocer el carácter y la personalidad de las mujeres.
Podría pensarse que Bertrand es un pipiléptico incorregible, un hormonal que deambula por las calles de Montpellier con las manos dentro de los bolsillos. Pues no. No es el clásico mujeriego en búsqueda de aventuras; es solo un sujeto normal y corriente, de casi cincuenta años, dispuesto a ofrecer honestas dosis de afecto, ternura y cariño, a quien solo le basta su franqueza para hacer que las mujeres se enamoren perdidamente de él, tal y como le ocurre, entre no pocas, con Delphine (Nelly Borgeaud), cuando la ve con su esposo en un restaurante, en donde ella le corresponde las miradas, forjando para horas después el pronosticado encuentro con el que se daría inicio a la seguidilla de locuras de esta mujer obsesionada con recibir toda la atención posible, toda una local de atar que mata a su esposo para tener el camino libre con Bertrand.
Sin embargo, es con Helene (Geneviève Fontanel), de cuarenta y un años, y dueña de una tienda de lencería femenina, con quien experimenta el primer rechazo hormonal de su vida, ya que ella solo se enrola con hombres menores de treinta. Esta cachetada al orgullo le impulsa a exorcizarse por medio de la escritura de sus memorias amatorias, con el cual, aparte de las detalladas explicaciones de sus ligues, llegamos a ser testigos de la difícil relación que tenía con su madre, para quien sus novios eran más importantes que él. Bertrand envía el manuscrito de su memorias a varias casas editoras, solo una acepta publicarla, luego de la encaprichada lucha de la lectora Geneviève (Brigitte Fossey). Entre ella y Bertrand, vaya novedad, surge una un romance basada en el mutuo apoyo, del cual el enamoradizo se nutre debido a sus inseguridades como escritor ad portas de debutar.
Cierta noche Bertrand camina sin rumbo por las calles de Montpellier, con la idea de entablar un encuentro casual con una ex amante, cuando observa en la otra acera a una mujer que reconoce, y al cruzar la pista para darle el alcance es atropellado. En el hospital fallece luego de un fallido intento por tocar las piernas de su enfermera. Días después es despedido en el cementerio por todas las mujeres de su vida, las que, en honor del hombre que las amó, y pese a no conocerse, al parecer se han puesto de acuerdo para llevar falda.
Todo indica que lo único que esperó Truffaut de esta película fue divertirse. Contar una historia simple, perfilar bien a sus personajes, que cada detalle cuajara en la estructura, todo un digno trabajo de relojería.
En la sencillez se ve la grandeza de los creadores, no por nada se decía, y con justa razón, que el director concebía sus películas como las novelas del siglo de la novela, el XIX, como si estuviera relatando, mismo Balzac, todo tipo de vicisitudes de su época, en la que cualquier persona puede ser un gran protagonista. A lo mejor es por eso que recordé con nitidez esta reveladora declaración de Truffaut: “si elegí la literatura y el cine a los once o doce años es porque preferí ver la vida a través de los libros y el cine”.
Imágenes, ehqaalm y François Truffaut
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