Las firmas son tímidas
Tanto el domingo y martes pasados, Enrique Vila-Matas publicó en El País dos artículos que no tienen pierde. En Huir, de ayer martes, tenemos un acercamiento al esquivo narrador argentino Néstor Sánchez, de quien se cumplen ocho años de su muerte. Y en Las firmas son tímidas (ilustración de Sonia Pulido), del domingo, una peculiar visión, no exenta de humor, sobre las firmas de libros.
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1Se cuenta que a la gran actriz francesa Sarah Bernhardt la detuvo una mañana un señor por la calle para preguntarle si era la ilustre Sarah Bernhardt.
-Sí, lo seré esta noche -dijo ella.
2 La impresión de que como escritor voy contra natura cuando aparezco en público y más cuando, a causa de la lógica perversa de la aparición misma, me veo de golpe haciendo teatro, transformado en otro, convertido en alguien distinto del que escribe y también distinto del que vive y que en mí al menos nunca se confunde con el que escribe, por mucho que algunos crean lo contrario. La impresión de que en esas ocasiones aparece siempre "el tercer hombre", el actor que sabe que esas intervenciones en público nada tienen que ver con la actividad de escribir y sí en cambio con el reposo, son manifestaciones puras y duras de esa "sociedad del espectáculo" que Guy Debord diagnosticó con lucidez de primera hora. Vistas desde un ángulo nada piadoso, esos shows ligados aparentemente al mundo de los libros niegan nada menos que la actividad estricta de escribir y son capaces de convertir a un narrador o un poeta en una simple Sarah Bernhardt de noche. Eso no quita que en esos modernos espectáculos de la escritura puedan surgir de pronto ideas para aquel escritor que, a la caza de inéditos hilos narrativos, sepa utilizar el escenario como si estuviera de reposo en una playa, de vacaciones: en aparente descanso, pero anotando como un loco imágenes o ideas para cuando regrese a casa.
3Dramático o no, el hecho es que para esas intervenciones en público he tenido con el tiempo que ir creándome un personaje tan distinto del que soy en mi vida corriente como del que soy cuando, en la soledad de mi gabinete, escribo. En esas apariciones me convierto en esa especie de "tercer hombre", y eso me ocurre tanto si subo a un escenario como si firmo tímidamente libros en la calle. Es una sensación rara porque, a diferencia del personaje que escribe en su casa y también a diferencia del personaje que vive su vida, ese tercer hombre es tímido de tanto teatro que hace o, al revés, hace tanto teatro porque es tímido.
Cuando en el día de las firmas se acerca alguien y me pregunta si soy yo, no puedo evitarlo, quisiera decirle que lo seré más tarde. Esa respuesta es la esencia de mi pulsión tímida en cualquier Día del Libro en el que me encuentre por el mundo.
-He venido desde Bendinat para saludarle y para que me firme este libro.
Suele ocurrir que ante el bondadoso lector que se acerca con su inocencia de viajero llegado de lejos, el "tercer hombre" no pueda evitar sentirme un farsante antes ya de hablar, antes ya de preguntar con sincera cordialidad al viajero cómo se llama para así poder estampar su nombre en la dedicatoria.
Ante cada nuevo lector bondadoso que se planta ante él, se pregunta enseguida el "tercer hombre" qué personaje piensa ahora representar, puede elegir entre una gran variedad de personalidades. "Mi nombre es Legión, porque somos muchos", se lee en la nada tímida Biblia.
4Qué diferencia con el sentimiento de autenticidad que llega a tener uno cuando está en casa enfrentado a sus textos y no a merced de un público que, confundiéndole con el dependiente de unos grandes almacenes, pueda preguntarle el precio de la mesa en la que está firmando.
Sé que a veces el escritor, tratando de huir de la gran comedia del día de las firmas, decide ser auténtico y parecerse al que escribe y dar algo de sí mismo, y opta entonces por confesarle al bondadoso lector de Bendinat que se siente "otro" siempre que se ve de repente ante seres humanos, y más en los últimos tiempos en los que lleva una vida retirada y una voluntad de alejarse del personaje literario que en otros días, sin pretenderlo, forjó fatalmente. Mire usted, acaba diciéndole al lector de Bendinat, debido a que hace años que paso hasta semanas enteras sin apenas contacto con el público, a veces sin contacto con ningún extraño a lo largo de mucho tiempo, me sucede que cuando aparezco de repente un día en un escenario como éste, me quedo flotando como en un sueño, tímido total, como un libro, o como una firma.
5Lo peor viene después de firmar, porque uno se queda con la impresión de haber decepcionado a la persona que viajó de tan lejos para verle y, además, con la mala conciencia de haberse explicado demasiado cuando lo mejor habría sido firmar y no darle tantas vueltas al asunto.
Siempre después de firmar un libro, uno quiere volver a casa. O desea ir a ver a colegas para que le firmen su libro y pueda de este modo volver a ser él mismo y no el otro, el rufián, el tercer hombre, el actor, el personaje inventado, el no escritor, el tortuoso farsante, el odiador del mundo de las fiestas de los libros.
Libros que recomendé a los lectores que deseaban que les firmara un libro mío: Cosas que ya no existen (Cristina Fernández Cubas), Romance en París (Franz Hessel), Adéu a la universitat (Jordi Llovet) Memorias (Arthur Koestler), El día de mañana (Ignacio Martínez de Pisón), Constatación brutal del presente (Javier Avilés), La mujer de Rapallo (Sònia Hernández), El pozo y las ruinas (Jimena Néspolo) Los libros son tímidos (Giulia Alberico).
6Poder volver a casa, solo eso desea al final del día de las firmas. Volver despacio mientras va pensando que en los primeros libros que escribió se liberó de sus obsesiones, pero solo con los primeros, porque después lo que fue creciendo en él fue el interés por el estilo, por la depuración de la forma y la palabra, por intentar que cada palabra lograda fuera una fiesta, todo eso que uno sabe perfectamente que solo lo puede hacer en casa, bien que imaginándose apocado bajo la lluvia, a la intemperie.
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