410
Me quedé hasta tarde leyendo los ensayos
biográficos de Roberto Merino sobre Enrique Lihn. La lectura fue rápida y
provechosa. Cuando acabé el libro salí a fumar al parque. Eran las dos de la
madrugada, la temperatura no era alta ni baja, digamos que tibia, como para
prescindir del uso del polo. Prendí el pucho y pensé en el tronco poético que
une a la tradición poética peruana con la chilena y traté de recordar si se había
escrito sobre esa relación poética invisible y llena de riqueza.
En esas me encontraba, con ganas también
de una chela en lata, cuando Onur abre la puerta con sus patas delanteras y se
va a inspeccionar el parque. Fui detrás del perro, como es cachorrito, lo peor
que le puede pasar es que traspase las rejas del parque. El perro corría por el
parque persiguiendo a los gatos, que lo miraban con odio porque les arruinaba
el encuentro amoroso. Me acerqué con cuidado para cogerlo por el lomo, pero al
momento de hacerlo, se abría la puerta de la casa vecina a la mía, de donde
salió Motta, una perra siberiana gigante que llamó la atención olfativa de
Onur, que sin chistar fue tras ella.
Los problemas serían más jodidos, porque
Motta si podía dañar al perro, aún más que unos gatos en celo. Prendí otro
cigarro. Y me calmé, Motta y Onur se
entendían, cuando mi perro se ponía muy fastidioso, la perra lo situaba lejos
con un ladrido que retumbaba en todo el parque. Tomé asiento en una de las
bancas y miré al cielo, en donde la luna llena hacía que la madrugada tenga un
toque mágico, esa luna que en sus costuras de color plateado era el escenario
de un salvaje movimiento de ballet.
Después de veinte minutos, el perro
entró a la casa. Yo me quedé un rato más, fumando y observando el movimiento
sospechoso de una camioneta, era una camioneta de la comisaría de Apolo, es
decir, muy sospechoso.
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal