"el río"
Como lector tengo una fijación especial
por aquellos escritores que en principio no las tenían todas consigo para
forjar una obra que genere atención, ya sea en la crítica como en los lectores.
Por lo general, estos escritores andan en la ribera del oficialismo cultural,
aunque decir ribera es mucho, lo adecuado sería dejar sentada su implícita
lejanía, ubicándolos en los extramuros de los circuitos culturales de poder,
sin la más mínima chance de poder ser valorados en esos circuitos.
Pero estos escritores, vistos como
damnificados, no se hacían tanto problema. Lo suyo no era encontrar y disfrutar
del reconocimiento literario, sino que asumían la escritura de ficción como una
vía más de supervivencia, o sea, les interesaba vender, ver el dinero cuanto
antes y así paliar necesidades y, en muchos casos, vicios. Por ello, se infiere
que la calidad del material usado en la publicación no era para nada de la
mejor calidad. Por lo general, estas publicaciones se vendían en el comercio
ambulatorio, especialmente en puestos de periódicos, a precios irrisorios. Con
el tiempo, este tipo de literatura forjó una tradición, que en diferentes
partes del mundo adquirió diversos nombres, siendo el más conocido el
calificativo de “Pulp”. Durante mucho tiempo la literatura “Pulp” no fue bien
vista, pero desde mediados de los ochenta se le comenzó a prestar más atención
debido a la riqueza temática y genérica que esta encerraba y al diálogo que
exhibía con otros registros como el cine. A la fecha, la literatura “Pulp” comienza
a ser estudiada por especialistas de la academia y los lectores cultos no
tienen problema alguno en referirse a ella. La razón es sencilla: de esta
tradición tenemos nombres que a la fecha nos resultan no solo medulares, sino
también vigentes. A saber, no podemos entender la ciencia ficción de hoy sin el
legado de Philip K. Dick.
En Latinoamérica también hemos tenido
una tradición similar, una narrativa que veíamos en puestos de periódicos y en
galpones de puestos de libros. De nuestros narradores “Pulp”, uno destacó entre
muchos, uno que es mi preferido, para más señas. Me refiero al chileno Alfredo
Gómez Morel y su novela El Río (Tajamar Editores, 2014),
publicada en 1962.
Gómez Morel fue un escritor por demás
extraño. Es imposible entender esta novela si pasamos por alto su vida. Hijo de
una prostituta que lo abandonó, vivió en muchos orfanatos e hizo de la calle su
hábitat natural, deviniendo en un desalmado delincuente infantil, juvenil,
siendo de adulto un experto ladrón que recorrió muchísimos países de
Latinoamérica, incluyendo Perú. No es exageración si lo catalogamos como el
Jean Genet del sur y tampoco sería una exageración calificar a El Río como una de las novelas más
crudas y, sobretodo, sinceras que se hayan escrito desde la más abyecta esquina
de la crisis existencial.
El escenario de la escritura de la
novela se dio en la cárcel de Valparaíso, en donde Gómez Morel cumplía condena.
A sugerencia del psiquiatra de la cárcel, Gómez Morel quiso dejar testimonio de
su cruda/dura vida, detallando su complicada niñez, describiendo los bajos
fondos que frecuentaba, presentándonos personajes que abusaban de su inocencia,
convirtiéndolo en un adulto preso en el cuerpo de un niño. No estamos ante un
malabarista de la lengua, menos ante un acróbata de la técnica, sino ante una
pluma que dejó la piel en lo que contaba, es decir, proyectando una verdad. Es
gracias a esa proyección de la verdad, a la sinceridad que transmitían las
palabras del autor, que esta novela autobiográfica consiguió una popularidad
entre los lectores chilenos. Esa verdad literaria se imponía y era más ante el
desorden estructural, tan caros en las novelas de aprendizaje, que como tal, y
más allá de la abyección del mundo representado, no dejaba de mostrar una
sensibilidad en la voz del narrador protagonista: una ingenuidad y ternura en
tensión en pos de una apuesta por una actitud salvaje, la única que le
permitiría sobrevivir.
Desde su publicación El Río conoció el favor de los lectores
y pese a que llegó a ser traducida a varios idiomas e incluida, por ejemplo, en
el prestigioso catálogo de Gallimard, con prólogo de Pablo Neruda, su
legitimidad entre los entendidos tardó más de lo debido. Felizmente, a estas
alturas nadie puede poner en tela de juicio su alcance literario, que vemos hoy
en un rescate editorial que los lectores de grandes y ambiciosas novelas
debemos celebrar por todo lo alto. No lo pienses: El Río es una proeza sin límite del arte de narrar, una prueba vigente
de los insondables caminos que ofrece la novela como género literario.
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