"fiesta en una botella"
Descubres a un autor y cuando lo
comienzas a leer te das cuenta de que ya sabías algo de él, al menos tienes
nociones de sus tópicos, además, se te hacen muy familiares su voz y su mirada.
Pues bien, antes de ponerte a averiguar más del autor, decides terminar su
libro de cuentos Fiesta en una botella (Contraseña, 2011).
La primera impresión: los presentes
cuentos generan una extraña adicción.
¿Qué es lo que tenía el británico John Collier
(1901 – 1980) para generar esta extraña adicción? Sencillamente, él nunca se
hizo problemas al momento de escribir. Los textos del presente volumen nos
muestran a un Collier adepto de las formas clásicas de la narración, sin
embargo, es la sustancia, el condimento, obra y gracia de su voz y mirada, que
dotan de distinción a los mismos, distinción que nos lleva hacia un hechizo en
donde el absurdo argumental, la malicia de sus personajes, el humor
corrosivo/hiriente y la ironía se imponen como los protagonistas en estos relatos
que en otra pluma hubieran arribado al olvido. Y Collier mezcla verosimilitud
con lo inverosímil, funge de DJ en trance, lleva al lector a su ritmo. El
lector no tiene otra opción que entregarse a la irrealidad de las situaciones,
tal y como lo podemos ver en el relato homónimo que titula la publicación, en
“Ah, la universidad”, “Azul oscuro”, “Otra tragedia americana” y “Bastante
cuerda”. Tampoco puede hacer mucho cuando se enfrenta a “Un aperitivo”, “El
diablo, Georgie y Rosie”, “En las cartas”, “Por el seguro”, cuentos que ofrecen
esa mágica peculiaridad de obsequiar al lector más de una lectura
interpretativa, bien pueden transitar del humor a la realidad fantástica,
deviniendo en un terror psicológico sensorial y mental, o en todo caso: en la
explosión conjunta de todas estas características, a saber, pienso en “Onagra”
y “De Mortuis”.
No hay que pensar mucho en la poética de
Collier. Collier era de esos escritores tocados por el apego al detalle, en él
todo cobraba vida, desde un trasto inservible en un almacén hasta los gestos y
giros verbales de un personaje por demás inane. A partir de allí construye un
microcosmo en conflicto. El lector tiene asegurada la travesía mientras lo lee.
En cambio, el lector con ansias de aprender a escribir y de conocer los
circuitos narrativos, tiene en sus manos un manual de narrativa premunido de
riqueza temática.
John Collier fue un autor prolífico en
el sentido más amplio, abordó casi todos los géneros, pero destacó en el que
solo unos cuantos pueden alcanzar trascendencia y epifanía: el cuento. No por
nada, su nombre figura como una predilecta voz tapadita entre los más
destacados escritores del siglo pasado, atravesando generaciones, imponiéndose
a los registros narrativos de moda. Entre sus hinchas, para más señas,
encontramos a Ray Bradbury, Anthony Burguess y Michael Chabon.
Líneas atrás señalé que me parecía
conocer de antemano los cuentos de Collier. Se trataba de un conocimiento
asociado a la memoria, a la memoria infantil cuando en las noches ochenteras veía
durante media hora Alfred Hitchcock
presenta. Sabemos que Hitchcock adaptó al cine novelas conocidas por su
medianía. Pero esto no ocurrió con su serie para la televisión, allí tenía que
ir a lo seguro, puesto que la maestría narrativa se patentiza en las distancias
cortas, tanto para lo visual y lo escrito. Entonces, que no nos extrañe saber
que el maestro haya adaptado todos los relatos de Fiesta en una botella.
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