miércoles, enero 06, 2016

"fiesta en una botella"

Descubres a un autor y cuando lo comienzas a leer te das cuenta de que ya sabías algo de él, al menos tienes nociones de sus tópicos, además, se te hacen muy familiares su voz y su mirada. Pues bien, antes de ponerte a averiguar más del autor, decides terminar su libro de cuentos Fiesta en una botella (Contraseña, 2011)
La primera impresión: los presentes cuentos generan una extraña adicción. 
¿Qué es lo que tenía el británico John Collier (1901 – 1980) para generar esta extraña adicción? Sencillamente, él nunca se hizo problemas al momento de escribir. Los textos del presente volumen nos muestran a un Collier adepto de las formas clásicas de la narración, sin embargo, es la sustancia, el condimento, obra y gracia de su voz y mirada, que dotan de distinción a los mismos, distinción que nos lleva hacia un hechizo en donde el absurdo argumental, la malicia de sus personajes, el humor corrosivo/hiriente y la ironía se imponen como los protagonistas en estos relatos que en otra pluma hubieran arribado al olvido. Y Collier mezcla verosimilitud con lo inverosímil, funge de DJ en trance, lleva al lector a su ritmo. El lector no tiene otra opción que entregarse a la irrealidad de las situaciones, tal y como lo podemos ver en el relato homónimo que titula la publicación, en “Ah, la universidad”, “Azul oscuro”, “Otra tragedia americana” y “Bastante cuerda”. Tampoco puede hacer mucho cuando se enfrenta a “Un aperitivo”, “El diablo, Georgie y Rosie”, “En las cartas”, “Por el seguro”, cuentos que ofrecen esa mágica peculiaridad de obsequiar al lector más de una lectura interpretativa, bien pueden transitar del humor a la realidad fantástica, deviniendo en un terror psicológico sensorial y mental, o en todo caso: en la explosión conjunta de todas estas características, a saber, pienso en “Onagra” y “De Mortuis”. 
No hay que pensar mucho en la poética de Collier. Collier era de esos escritores tocados por el apego al detalle, en él todo cobraba vida, desde un trasto inservible en un almacén hasta los gestos y giros verbales de un personaje por demás inane. A partir de allí construye un microcosmo en conflicto. El lector tiene asegurada la travesía mientras lo lee. En cambio, el lector con ansias de aprender a escribir y de conocer los circuitos narrativos, tiene en sus manos un manual de narrativa premunido de riqueza temática. 
John Collier fue un autor prolífico en el sentido más amplio, abordó casi todos los géneros, pero destacó en el que solo unos cuantos pueden alcanzar trascendencia y epifanía: el cuento. No por nada, su nombre figura como una predilecta voz tapadita entre los más destacados escritores del siglo pasado, atravesando generaciones, imponiéndose a los registros narrativos de moda. Entre sus hinchas, para más señas, encontramos a Ray Bradbury, Anthony Burguess y Michael Chabon. 
Líneas atrás señalé que me parecía conocer de antemano los cuentos de Collier. Se trataba de un conocimiento asociado a la memoria, a la memoria infantil cuando en las noches ochenteras veía durante media hora Alfred Hitchcock presenta. Sabemos que Hitchcock adaptó al cine novelas conocidas por su medianía. Pero esto no ocurrió con su serie para la televisión, allí tenía que ir a lo seguro, puesto que la maestría narrativa se patentiza en las distancias cortas, tanto para lo visual y lo escrito. Entonces, que no nos extrañe saber que el maestro haya adaptado todos los relatos de Fiesta en una botella.

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