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Para ser un día de sol, como manda el
calendario, me alegra que no haya salido el sol. Me acostumbro a todos los
climas, mas Lima tiene la peculiaridad de su humedad, por demás insoportable,
capaz de matar todas las buenas intenciones que uno pueda mostrar. Basta
caminar dos cuadras en pleno verano para terminar empapado, meloso y pegajoso.
Eso es lo que me fastidia del verano limeño, la humedad y sus consecuencias.
Durante un tiempo tuve la idea de
largarme de Lima los veranos, radicar tres meses o en Chosica o en Chaclacayo,
pero las responsabilidades me obligaban a quedar en Lima en los meses de sol y
sudor. El verano es la estación que más detesto.
No es que me sienta. Nunca hice nada
factible para hacer realidad lo de los tres meses fuera de Lima. No pasé del
ligero deseo, del entusiasmo mediocre. Entonces, solo me queda aceptar esta
realidad del verano, jodida realidad que me la gané a pulso.
Apuraba el paso hacia la salida de la
estación Lampa del Metropolitano. Mujeres y patas ligeramente abrigados. No era
el único en polo, pero éramos muy pocos, así que conté cuántos estaban vestidos
parecido a mí, y jugué con posibilidades, queriendo encontrar características
en común. Contadas veces he hecho este ejercicio incentivado por el mero
hueveo. En principio me pareció una idea por demás interesante, pero esta se
vio interrumpida por una pareja de punkis que vendía comida vegana en una de
las bancas de concreto de la Plaza San Martín. Ellos me llamaban por mi nombre.
Juan Diego y Yane son pareja y con otras
puntas tienen una banda con la que suelen ofrecer tocadas en El Salón Imperial
de Caylloma. He ido varias veces a las tocadas del salón, pero nunca he
intimado con las puntas que se congregan allí. Si conozco a Juan Diego y Yane
es por Jacqueline, una librera del Boulevard, que me los presentó meses atrás
en una feria vegana que se hizo en el auditorio César Vallejo del Boulevard.
Me hablan de una próxima tocada en el
Salón, aunque Yane se muestra algo preocupada porque se ha corrido el rumor de
una amenaza de un posible altercado entre un grupo de vecinos que vive en el
edificio en donde queda el Salón contra otro grupo de vecinos que reclama su
salida para que puedan disponer el espacio de los primeros.
Les pregunto si alguna vez han entrado a
ese edificio, Juan me responde que sí, “vivimos en uno de los cuartos”. Presto
atención, puesto que siempre he querido entrar a ese edificio que es más
grande, inmenso, de lo que parece desde la calle. Dentro de él viven muchísimas
personas, el alquiler de cuartos es fácil uno de los más baratos de toda la
ciudad.
Quedo en verlos más tarde, cosa que
acordamos una incursión en el edificio. Antes de fin de año sería ideal. Le
digo a Yane que no se preocupe por lo del concierto, ya que también he
escuchado de ese rumor. Más bien, esos rumores incitan a los parroquianos del
pogo a ir en mayor cantidad.
Antes de irme, les compro un keke de
plátano. Buenazo, por decir lo menos.
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