jueves, junio 30, 2016

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Jueves que más parece viernes.
Me alisto para salir luego de algunas horas en Barranco, en donde estuve caminando y haciendo algunas inevitables gestiones comerciales. Lo bueno es que en el banco pude leer mientras esperaba el llamado de la ventanilla. En el televisor, se transmitía la lectura en vivo de la sentencia al ex alcalde del Callao Alex Kouri.
Pero antes de llegar al banco, me encontré con Salomón, editor y también miembro de la junta directiva de la CPL. Cuando me crucé con él, me encontraba hablando por el cel con mi mamá y le hice una seña para que me espere. Salomón esperó, cosa que agradezco, porque le quise preguntar por qué la CPL está como está, qué es lo que está pasando, por qué no son conscientes de la pésima imagen que vienen proyectando, que todo este asunto días previos a la FIL resulta contraproducente para los implicados directos e indirectos.
Prendí un Pall Mall rojo y escuché las palabras de Salomón. Y creí en lo que me decía, en su buena voluntad, pero también le señalé la pésima logística que está mostrando la CPL, una logística de información que solo puede ser superada por la de una primeriza junta vecinal. Eso es lo que está fallando: la comunicación. Y los únicos responsables al respecto son las cabezas de la CPL. Otra sería la historia si informaran lo que tienen que informar.
Muy en lo personal me jode escribir de estas cosas, en las que se mezclan los libros y las cuentas. Es cierto: el mundo del libro es un negocio, y por ser precisamente libro hay que saber diferenciarlo de una lavadora, un televisor, un paquete de jabones… Es decir, tener estilo. Nadie está en contra de que se gane dinero con el libro, lo que fastidia es la falta de estilo, el caballazo imperante, sin diálogo ni lazos con los entes que conforman la galaxia del libro. El estilo, la educación, la cultura, son características que diferencian al promotor cultural del más burdo de los comerciantes.
Me despedí de Salomón y confío en lo que hará en las próximas horas.
De regreso en casa, me puse a ver el partido entre Portugal y Polonia por la Euro.
Luego, me conecté a la red.
Saludo a mis hijos, los Zepitas. Respondo algunos mensajes y envío algunos mails. Antes de ponerme manos a la obra con algunos textos, reviso qué ha pasado en el mundillo virtual.
No lo niego, me río de las limitaciones de algunos contactos, y me admiro del arrojo de otros. Creo que ya es hora de escribir del arrojo de estos contactos, arrojo que, lo acepto, me gustaría también exhibir. Arrojo que los lleva a luchar por los otros, que vuelven en acto, verbo, lo que más de uno se refocila en el discurso.
Sin embargo, tocaron la puerta cuando me disponía a escuchar el Stanley Road del genial Paul Weller. Me acerco a la puerta y miro por el visor. Son dos vecinos mayores, parece que discuten. ¿De qué?, me pregunto. En fin, abro la puerta. Buscan a mi papá o mamá. Como no están, pueden hablar conmigo, obvio pues.
Pues bien, ambos vecinos, mayores, son dueños de perritas. Algunas veces los he visto pasear a sus perritas por el parque ubicado a la espalda de mi casa.
Escucho sus consultas y entendí la razón de su discusión.
Quieren que Onur ame a sus perritas y así ellas tengan cachorritos parecidos a mi falso pekinés.
Les digo que mi falso pekinés tiene poco más de un año, cumplió uno el pasado 13 de mayo.
El más canoso me dice que su perrita debe ser la primera, porque él es uno de los vecinos más antiguos. El otro dice que su perrita es más joven… Y este par de Matusalenes se ponen a discutir en mi presencia. 
Bueno, dos perritas, un camino: Onur.

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