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Jueves que más parece viernes.
Me alisto para salir luego de algunas
horas en Barranco, en donde estuve caminando y haciendo algunas inevitables
gestiones comerciales. Lo bueno es que en el banco pude leer mientras esperaba
el llamado de la ventanilla. En el televisor, se transmitía la lectura en vivo
de la sentencia al ex alcalde del Callao Alex Kouri.
Pero antes de llegar al banco, me
encontré con Salomón, editor y también miembro de la junta directiva de la CPL.
Cuando me crucé con él, me encontraba hablando por el cel con mi mamá y le hice
una seña para que me espere. Salomón esperó, cosa que agradezco, porque le
quise preguntar por qué la CPL está como está, qué es lo que está pasando, por
qué no son conscientes de la pésima imagen que vienen proyectando, que todo
este asunto días previos a la FIL resulta contraproducente para los implicados
directos e indirectos.
Prendí un Pall Mall rojo y escuché las
palabras de Salomón. Y creí en lo que me decía, en su buena voluntad, pero
también le señalé la pésima logística que está mostrando la CPL, una logística
de información que solo puede ser superada por la de una primeriza junta
vecinal. Eso es lo que está fallando: la comunicación. Y los únicos
responsables al respecto son las cabezas de la CPL. Otra sería la historia si
informaran lo que tienen que informar.
Muy en lo personal me jode escribir de
estas cosas, en las que se mezclan los libros y las cuentas. Es cierto: el
mundo del libro es un negocio, y por ser precisamente libro hay que saber
diferenciarlo de una lavadora, un televisor, un paquete de jabones… Es decir,
tener estilo. Nadie está en contra de que se gane dinero con el libro, lo que
fastidia es la falta de estilo, el caballazo imperante, sin diálogo ni lazos con
los entes que conforman la galaxia del libro. El estilo, la educación, la
cultura, son características que diferencian al promotor cultural del más burdo
de los comerciantes.
Me despedí de Salomón y confío en lo que
hará en las próximas horas.
De regreso en casa, me puse a ver el
partido entre Portugal y Polonia por la Euro.
Luego, me conecté a la red.
Saludo a mis hijos, los Zepitas.
Respondo algunos mensajes y envío algunos mails. Antes de ponerme manos a la
obra con algunos textos, reviso qué ha pasado en el mundillo virtual.
No lo niego, me río de las limitaciones
de algunos contactos, y me admiro del arrojo de otros. Creo que ya es hora de
escribir del arrojo de estos contactos, arrojo que, lo acepto, me gustaría
también exhibir. Arrojo que los lleva a luchar por los otros, que vuelven en acto, verbo, lo que más de uno se refocila en
el discurso.
Sin embargo, tocaron la puerta cuando me
disponía a escuchar el Stanley Road del
genial Paul Weller. Me acerco a la puerta y miro por el visor. Son dos vecinos
mayores, parece que discuten. ¿De qué?, me pregunto. En fin, abro la puerta.
Buscan a mi papá o mamá. Como no están, pueden hablar conmigo, obvio pues.
Pues bien, ambos vecinos, mayores, son
dueños de perritas. Algunas veces los he visto pasear a sus perritas por el
parque ubicado a la espalda de mi casa.
Escucho sus consultas y entendí la razón
de su discusión.
Quieren que Onur ame a sus perritas y
así ellas tengan cachorritos parecidos a mi falso pekinés.
Les digo que mi falso pekinés tiene poco
más de un año, cumplió uno el pasado 13 de mayo.
El más canoso me dice que su perrita
debe ser la primera, porque él es uno de los vecinos más antiguos. El otro dice
que su perrita es más joven… Y este par de Matusalenes se ponen a discutir en
mi presencia.
Bueno, dos perritas, un camino: Onur.
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