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Termino de ver la final y sintonizo Fox
Sports.
Por un momento, pienso que los
periodistas deportivos argentinos bien podrían ser periodistas peruanos. Hablan
igual, desde la frustración y la indignación.
Lo cierto es que al finalizar los 90 de
juego, me convencí de que Chile se llevaba la copa. Confianza, garra y
solidaridad de equipo. Ajá, lo que no tuvieron los argentinos.
Después, salí un toque por un cuarto de
pollo a la leña. La pollería queda a no más de dos cuadras de mi casa. Pensé
que iba a ser el único pata en el local, pero no, era uno de los ocho. Total,
la pollería no es del todo grande, pero sí es acogedora, al menos la he sentido
así las pocas veces que la he frecuentado, tan pocas que ni siquiera recuerdo
su nombre. Se acercó el mozo y le pedí el cuarto de pollo a la leña más una
Coca Cola personal helada, y después, para bajar la grasa, un anís, que,
pensándolo bien, se me ha convertido en una bebida caliente por demás extraña,
puesto que no la pedía en muchísimo tiempo, entonces, el antojo del pollo a la
leña quedó desplazado por el reencuentro con el anís. Y me puse a pensar en
cuándo fue la última vez que tomé anís, en qué circunstancia y lugar y con
quién. 2015, descartado, 2014 también, así en ese blanqueo hasta el 2008.
Recuerdo, porque mi memoria es salvaje,
tan salvaje que me siento orgulloso de ella, como también temeroso porque me
devuelve sensaciones e imágenes que rehúyo, pero que en esta ocasión me remiten
a ocho años atrás, a una tarde de julio, en quincena, para variar, en pleno
Centro Histórico, en uno de los pocos cafés que aún quedan en el centro. No me
refiero a los tradicionales Queirolo, Carbone, Huerfanitos, Domino´s, ni a los
que se ubican en Caraballa, en los que se venden quesos, rosquillas y café,
sino a uno ubicado a media cuadra de Emancipación, desde Camaná, al que asistí
porque un amigo pintor me invitó en cierta ocasión un alucinante pan con salchicha
huachana. Esa tarde llegué a ese innominado café a razón de un fuerte dolor de
estómago. Mi memoria no da para tanto para recordar qué había estado comiendo
en esos días, lo que sí recuerdo fue ese dolor de estómago, que me estuvo
destruyendo toda esa tarde, entonces, pedí un anís muy caliente, que al final,
como suponía, alivió mi estómago, deparándome una agradecida sensación de paz,
de reconciliación inmediata con el mundo.
Cuando hube acabado el pollo a la leña y
dado cuenta de la Coca Cola helada mientras veía por el televisor del local el
dolor de Messi una y otra vez, no creyéndole que su renuncia a su selección
vaya a ser definitiva, me sirvieron el anís. Para ese entonces, prácticamente
era el único en la pollería. Los meseros y las meseras me miraban, exigiéndome
en silencio que acabe de una vez el anís, porque, imagino, que se encontraban
cansados luego de una larga y agitada jornada, puesto que los domingos son
tediosos para los que trabajan en restaurantes y pollerías, ni hablar de los
chifas. Entonces, les hice una seña, en buena onda, porque no iba a demorar en
terminar mi anís. Lo entendieron y se pusieron a acomodar las sillas y a
limpiar las mesas.
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