domingo, junio 26, 2016

"asociación ilícita"

Publicada a fines del año pasado y con un tránsito a nivel de reseñas por demás positivo en los últimos meses: Asociación ilícita (Animal de Invierno) de Leonardo Aguirre. Esperé los meses necesarios para opinar sobre esta publicación que marca su retorno después de años de silencio narrativo y de la que aún no sabemos cuánto podría sumar o restar en su poética.
O sea, lector, no hay que dejarnos llevar por la bulla y la alharaca que precedió a AI, a la que puedo calificar en más de un género, hasta en los que se vienen usando y pasando como nuevos, cuando lo cierto es que de novela no tiene absolutamente nada. Y lo digo a razón de algunas declaraciones de Aguirre, en las que califica este título como novela. Cosa suya, cada quien tiene el derecho de vender su libro como bien le plazca, pero eso sí, cosas peores he escuchado de otros plumíferos locales cuando hablan de sus propios libros.
Un breve repaso a la obra de Aguirre nos brinda una certeza: Aguirre no es de los escritores lineales, para nada, lo suyo siempre ha sido (y al parecer será) la experimentación estructural y un trabajado lenguaje hasta la plasticidad etérea. En otras palabras: Aguirre está muy lejos de escribir para los lectores. Lo suyo, su objetivo: los letraheridos de la comunidad local, y eso. Hablamos pues de una poética peculiar, muy bien saludada por la crítica pero que ha fracasado, como se puede deducir, en el imaginario del lector, o sea, poquísimas ventas, a excepción de su primera entrega, Manual para cazar plumíferos, el cuentario que nos ofrecía las vetas formales y sotos temáticos que exploraría en sus siguientes títulos, pero, paradójicamente, también el cuentario que más se acercaba a esa “linealidad” de la que tanto huye.
Sabiendo de los peligros comerciales de su propuesta, Aguirre, a diferencia de muchos compañeros generacionales, ha demostrado honestidad creativa. No se ha vendido literariamente al demonio editorial, hecho que nos habla bien de él como creador. Y no olvidemos consignar lo siguiente: es también el escritor más valiente, puesto que hay ser dueño de una fuerza testicular pornográfica para firmar un libro como este, plagado de chismes y sentimientos menores. Así es, el chisme como universo temático, la gran sustancia de la literatura que perdura.
¿No lo sabías, lector purista? Tranquilo: ahora lo sabes. El chisme es más importante de lo que se piensa y si lo dudas, por allí está Flaubert.
Hasta aquí, todo pajita.
Pero ser el más honesto o consagrado en la esencia de la poética personal no siempre será garantía de valía literaria. Y no me refiero a la valía de las reseñas, tampoco al valor que puedan dar los lectores interesados en los laberintos motivacionales que encienden las ansias de gloria de los escritores dispuestos a lo inimaginable con tal de trascender. Me refiero a quedar más allá de las obsesiones y los afanes de denuncia.
Estamos pues ante un libro sumamente arriesgado. Imagino que Aguirre sabía a lo que se exponía cuando lo escribió y, con mayor razón, cuando decidió publicarlo. AI es un ejemplo sin objeciones de perfección formal, un saludable crisol de cruces de registros y un ineludible documento socioantropológico que será frecuentado por los escritores del mañana. 
Artefacto literario, sí. Novela, ni hablar. Aguirre puso a prueba su capacidad inventiva y depositó su fuerza creadora en el endemoniado armado de estos 24 perfiles de escritores peruanos que tuvieron roces con la legalidad, haciendo uso de un cruce de referencias informativas que a más de un lector habrá dejado en el borde de la literatosis.
Estamos ante un artefacto literario digno del espíritu de Aguirre. Está bien, no hablamos de una novela. Pero hay que decirlo: Aguirre cuida muchísimo sus palabras, solo se dedica a consignar las sabrosas bajezas y actitudes circenses de sus retratados e involuntarios cómplices. Claro, se podrá argumentar que en este libro valían la verdad y la objetividad, lo que es cierto, pero es precisamente en estas instancias cuando el autor tiene que demostrar que es más que las convenciones de la transgresión (ajá), que su actitud de riesgo no solo se limita a la forma y a la parcela de la experimentación estructural. En otras palabras: Aguirre inoculó nervio en la estructura narrativa y actitud de denuncia. Aguirre lo sabe, el nervio narrativo es la sal, el condimento, de absolutamente todo proceso de escritura. Y esto lo sabe el autor, de quien puedo decir que no es para nada un primerizo.
Y lo que no me sorprende: las buenas reseñas y la única mala reseña no han reparado en este detalle. No me sorprende porque se ha leído este artefacto/documento literario bajo las luces de los chismes y la polémica figura de su autor. En ningún momento se fijaron en que Aguirre caía en la cualidad que ha sostenido no solo sus libros de ficción precedentes, incluso también sus reseñas y crónicas que escribió en su momento.
Lamentablemente, este libro solo trascenderá como artefacto/documento literario (a nivel formal, estructural y en aliento de ambición informativa, de lejos, lo mejor de Aguirre), no como experiencia literaria.

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