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La madrugada de hoy, sin duda, iluminada
por la adrenalina. Había mucho que terminar y el tiempo era muy corto. Por un
momento pensé que no acabaría y me prometí, una vez más, que iba a organizarme
mejor para la próxima. Pues bien, en estos pensaba al principio, pero luego, ya
descansado y sin los zumbidos de la tensión, llegué a la conclusión de que soy
una persona organizada a su modo y con dimensión de trabajo, pero lo que sí
debo evitar son precisamente madrugadas como las de hace unas horas.
Más allá del delirio, la pasé muy bien,
sobre todo cuando veía las turgencias de las montañas nórdicas que se me
presentaban en mi pantalla cada vez que necesitaba darle un sentido a esta
jornada que no se volverá a repetir, no a este nivel, porque no pude hacer ni
una de las dos cosas que hago en las madrugadas, o leer o ver una película.
Había que acabar cuanto antes las 18 ventanas en Word que refulgían como moscas
luminosas y amenazantes.
Recién a las 7 pude acostarme. Por lo
general, suelo recordar mis sueños. Hubo un tiempo en que escribía y apuntaba mis
sueños y no sé por qué dejé de hacerlo, puesto cuando volvía sobre esos
escritos al paso, disfrutaba de su festiva irracionalidad, pero ante todo, gustaba
de esa suerte de mirada hacia uno mismo, como si estuviera ante una exposición
personal de grandes y risibles atrocidades, que bien podría ser de combustible para
la ficción, y todo estaría de la putamadre, si es que pudiera escribir ficción, si me
gustara escribirla.
Para asegurar el sueño de mis
madrugadas, armé un poco de hierba y me puse a fumar. Solo bastaron tres
pitadas para quedar seco, sumido en la negrura del sueño sin sueño, en el
trance, en la levitación, sin percatarme de lo que sucedía en el mundo
inmediato, aunque pude sentir el salto de Onur del piso a mi cama y ver cómo se
ovillaba al costado de mi pie izquierdo. De allí sana oscuridad hasta poco más del
mediodía.
Al despertar me puse a leer el último
poemario de Montalbetti, que se presentará hoy en Sur, golpe de 7 y 30. Lo sé
porque la presentación será dirigida por mí.
Termino la lectura del libro y regreso a la
poesía completa que Aldus publicó de Montalbetti, para entrar en onda, como
tiene que ser.
Después de algunos minutos en los que me
debatía entre dos opciones: o quedarme en cama leyendo un par de horas más o
levantarme y servirme esa rica sopa que mi madre me había dejado en la cocina.
No lo pienso mucho, las sopas que prepara mi madre son otra cosa, pertenecen a
una ecléctica dimensión. Entonces me pongo de pie y camino con pase firme a la
cocina.
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