domingo, julio 03, 2016

legitimidad/carácter

Dos reseñas sobre un mismo libro llamaron mi atención esta semana.
La primera, del narrador y académico Jack Martínez.
La segunda, del narrador y ex poeta José Carlos Yrigoyen.
El libro que los cita: Esa muerte existe, la nueva novela de Jennifer Thorndike.
Sin duda,  leeré esta novela y me ocuparé de la misma con la atención que todo libro merece.
En el caso de Yrigoyen, este muere en su ley. Podemos o no estar de acuerdo con él, no estamos obligados a sintonizar con sus juicios valorativos. Cosa distinta en el caso de Martínez, que siendo un lector con formación ha escrito la reseña más vergonzosa que se haya podido leer en los últimos años, una reseña no solo teñida de amiguismo, sino también de soberbia bruta, esa soberbia que tarde o temprano evidencia lo evidente. Una pena, pues Martínez ya no es el casto reseñista al que los habladores llamaban “Imparcialidad”, apelativo que perdió cuando decidió vender su independencia de opinión a cuenta de su buena novela Bajo la sombra. Cosa suya si ahora ha quedado como “Chalina suicida”.
La presente situación me ha hecho viajar en el tiempo y ver cómo paulatinamente más de un lector con formación, con incursión en el reseñismo, ha ido perdiendo la legitimidad por gracia del amiguismo, por no ubicarse como se debe en esa frontera invisible entre la verdad de la opinión y los embates emocionales, embates que traen consigo un trago de mezclas extrañas y perjudiciales (amiguismo, revancha, arrechura, odio, rencor, complejos, venganza…).
Volvamos un momento a las páginas de Escritores peruanos, que piensan, que dicen, de Luchting. En ellas encontraremos las razones que taladran la credibilidad de los llamados críticos literarios. Pues bien, las taras de antes siguen siendo las mismas de hoy, aunque las de hoy nos revelan lo que antes no: las descaradas jugadas en pared de críticos con autores, los jugosos favores de autores influyentes con críticos que practican el guaripolerismo (esto sí me parece inconcebible, el crítico como líder de portátil a cambio de un favorcito, o sea, el “crítico chochera”, el “crítico bró”, el “crítico causa”), el temor del crítico a quedar mal con una editorial grande (y últimamente, con los llamados sellos independientes), la predominancia de la ideología sobre el texto literario, y, obviamente, la sal, el condimento, que sazona este generoso escabeche: las inacabables variantes de los sentimientos menores (señalados dentro del paréntesis del párrafo anterior).
En estos días no pocas personas me han preguntado por la reseña de Martínez y he intentado desviar la fijación hacia una realidad mayor, hacia un triste contexto en el que hay de todo en la crítica de divulgación, menos credibilidad. Y esta carencia de credibilidad, que debemos catalogarla de peste, no conoce cotos y su grado de descomposición alcanza primero a los llamados lectores con formación. No hay que asustarnos, porque no estoy hablando de conocimiento, sino de carácter, porque eso es la crítica, de la que sea: carácter de opinión. Ese componente que tanto he visto en plumas críticas como Bloom, Kermode, Wood, Kakutani, Echevarría, Domínguez Michael, es lo no existe, ni en cuotas mínimas, entre nuestros llamados críticos permanentes. Felizmente, hablamos de una triste realidad que tarde o temprano, dependiendo del alma del comentarista, puede cambiar. Mas en lo que sí me gustaría incidir es en ese ejército de críticos, en los críticos ocasionales, y con los críticos ocasionales no se salva nadie, ni el más moralista de nuestros plumíferos nacionales, porque si algo axiomático puedo decir de todos los escritores peruanos es que todos tienen sus críticos ocasionales, que cumplen una ridícula función señalada líneas arriba: el guaripolerismo crítico.
Gracias a este ejército de inútiles más de un letraherido se vale para proclamar nuestro buen momento literario. Basta ver las redes sociales para constatar este espanto: todos los escritores peruanos son de putamadre. Ajá, en la literatura peruana no hay lugar para mediocres. Mira tú.
Hoy por hoy las relaciones entre escritores y críticos se han estrechado tanto que ya no es necesaria la distancia que debe existir entre el llamado crítico y su objeto de análisis. No hay distancia, no hay seriedad, no hay respeto por una actividad tan noble como el reseñismo. Esto nos ha llevado a que pensemos que detrás de una reseña, sea positiva y negativa, haya en el ánimo del comentarista un favoritismo o animadversión, menos el espíritu que debe imperar en el ánimo del comentarista: el carácter.
Esto es cuestión de carácter. Allí la solución.
El crítico puede fallar, puede hacer alarde de todos los errores inimaginables, hasta ser alguien limitado que ve la literatura en blanco y negro, pero un crítico no debe ser títere de nadie. 
Eso.

2 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

bien dicho, gabriel, un saludo.

9:41 a.m.  
Anonymous Anónimo dijo...

bien dicho, gabriel. un saludo.
cristian b.

9:42 a.m.  

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