legitimidad/carácter
Dos reseñas sobre un mismo libro llamaron
mi atención esta semana.
La primera, del narrador y académico
Jack Martínez.
La segunda, del narrador y ex poeta José
Carlos Yrigoyen.
El libro que los cita: Esa muerte existe, la nueva novela de
Jennifer Thorndike.
Sin duda, leeré esta novela y me ocuparé de la misma
con la atención que todo libro merece.
En el caso de Yrigoyen, este muere en su
ley. Podemos o no estar de acuerdo con él, no estamos obligados a sintonizar
con sus juicios valorativos. Cosa distinta en el caso de Martínez, que siendo
un lector con formación ha escrito la reseña más vergonzosa que se haya podido
leer en los últimos años, una reseña no solo teñida de amiguismo, sino también
de soberbia bruta, esa soberbia que tarde o temprano evidencia lo evidente. Una
pena, pues Martínez ya no es el casto reseñista al que los habladores llamaban “Imparcialidad”, apelativo que perdió
cuando decidió vender su independencia de opinión a cuenta de su buena novela Bajo la sombra. Cosa suya si ahora ha
quedado como “Chalina suicida”.
La presente situación me ha hecho viajar
en el tiempo y ver cómo paulatinamente más de un lector con formación, con
incursión en el reseñismo, ha ido perdiendo la legitimidad por gracia del amiguismo,
por no ubicarse como se debe en esa frontera invisible entre la verdad de la
opinión y los embates emocionales, embates que traen consigo un trago de
mezclas extrañas y perjudiciales (amiguismo, revancha, arrechura, odio, rencor,
complejos, venganza…).
Volvamos un momento a las páginas de Escritores peruanos, que piensan, que dicen,
de Luchting. En ellas encontraremos las razones que taladran la credibilidad de
los llamados críticos literarios. Pues bien, las taras de antes siguen siendo
las mismas de hoy, aunque las de hoy nos revelan lo que antes no: las
descaradas jugadas en pared de críticos con autores, los jugosos favores de
autores influyentes con críticos que practican el guaripolerismo (esto sí me
parece inconcebible, el crítico como líder de portátil a cambio de un favorcito,
o sea, el “crítico chochera”, el “crítico bró”, el “crítico causa”), el temor
del crítico a quedar mal con una editorial grande (y últimamente, con los
llamados sellos independientes), la predominancia de la ideología sobre el
texto literario, y, obviamente, la sal, el condimento, que sazona este generoso
escabeche: las inacabables variantes de los sentimientos menores (señalados dentro
del paréntesis del párrafo anterior).
En estos días no pocas personas me han
preguntado por la reseña de Martínez y he intentado desviar la fijación hacia
una realidad mayor, hacia un triste contexto en el que hay de todo en la
crítica de divulgación, menos credibilidad. Y esta carencia de credibilidad,
que debemos catalogarla de peste, no conoce cotos y su grado de descomposición
alcanza primero a los llamados lectores con formación. No hay que asustarnos,
porque no estoy hablando de conocimiento, sino de carácter, porque eso es la
crítica, de la que sea: carácter de opinión. Ese componente que tanto he visto
en plumas críticas como Bloom, Kermode, Wood, Kakutani, Echevarría, Domínguez
Michael, es lo no existe, ni en cuotas mínimas, entre nuestros llamados
críticos permanentes. Felizmente, hablamos de una triste realidad que tarde o
temprano, dependiendo del alma del comentarista, puede cambiar. Mas en lo que
sí me gustaría incidir es en ese ejército de críticos, en los críticos ocasionales,
y con los críticos ocasionales no se salva nadie, ni el más moralista de
nuestros plumíferos nacionales, porque si algo axiomático puedo decir de todos
los escritores peruanos es que todos tienen sus críticos ocasionales, que
cumplen una ridícula función señalada líneas arriba: el guaripolerismo crítico.
Gracias a este ejército de inútiles más
de un letraherido se vale para proclamar nuestro buen momento literario. Basta
ver las redes sociales para constatar este espanto: todos los escritores
peruanos son de putamadre. Ajá, en la literatura peruana no hay lugar para
mediocres. Mira tú.
Hoy por hoy las relaciones entre
escritores y críticos se han estrechado tanto que ya no es necesaria la
distancia que debe existir entre el llamado crítico y su objeto de análisis. No
hay distancia, no hay seriedad, no hay respeto por una actividad tan noble como
el reseñismo. Esto nos ha llevado a que pensemos que detrás de una reseña, sea
positiva y negativa, haya en el ánimo del comentarista un favoritismo o
animadversión, menos el espíritu que debe imperar en el ánimo del comentarista:
el carácter.
Esto es cuestión de carácter. Allí la
solución.
El crítico puede fallar, puede hacer
alarde de todos los errores inimaginables, hasta ser alguien limitado que ve la
literatura en blanco y negro, pero un crítico no debe ser títere de nadie.
Eso.
2 Comentarios:
bien dicho, gabriel, un saludo.
bien dicho, gabriel. un saludo.
cristian b.
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