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Toda la semana la he pasado mal,
recuperándome de una serie de males confluidos, lo que ha motivado a que esté
más desconectado del mundo que de costumbre. Pese a ello, me di maña, o sea, me
drogué lo suficiente, para cumplir algunos compromisos ineludibles. Felizmente,
hoy viernes amanecí mejor, sin dolores corporales, sin mareos y sin esa
sensación de no querer hacer absolutamente nada.
Cerca de las 8 de la mañana me dirijo a
la cocina y me sirvo anís, el temor al café aún queda postergado hasta cuando
me sienta totalmente recuperado, sin ese miedo a la recaída que no debo
permitirme el día de hoy. No pasa mucho tiempo para que Onur se acerque y
empiece a pedir, con saltos que pasan el metro, su desayuno. Mientras tanto,
entro a la página de algunos diarios, como también a algunas cuentas de
Facebook y ver lo que está ocurriendo. Lo del ingreso a la cuenta de Facebook
obedece a una razón: el creciente interés que vengo percibiendo sobre la marcha
que se realizará el 13 de agosto. Una marcha que se pinta como una de las más
multitudinarias en la historia de protestas del país. No es para menos, y me
alegra que sea así, porque es una marcha movida por el espíritu de indignación
de millones de mujeres peruanas, una ola de protesta que se viene gestando
desde hace varios años pero que se ha repotenciado con los últimos sucesos ya
conocidos. La ley no protege a las mujeres, la criollada política está contra
ellas, entonces, las mujeres se ponen de pie. Me fijo en cuentas de amigas y
conocidas que nunca han mostrado interés en la utilidad de las marchas, pero
ahora sí, la cólera e indignación, esa mezcla que las eleva a sumarse a una
causa que viene creciendo a nivel nacional.
No estar en esa marcha, no apoyarla, es
ser un subnormal.
Y hablando de subnormales, no deja de
sorprenderme la amarga alegría crema cada vez que ganan un clásico. Más de una
vez he escrito sobre la pusilanimidad de Mosquera al frente del equipo
blanquiazul, su falta de criterio y sideral soberbia que le han impedido
conectar con un equipo cada vez más lejano a la regularidad. Se perdió y no me
sorprende. Como tampoco llama mi atención la festividad crema, una festividad
en donde la alegría por el triunfo viene condimentada por el odio y el resentimiento.
Siempre me pregunto qué les cuesta ser festivos en su esencia, como sí lo son
los blanquiazules cada vez que ganan un clásico o consiguen un campeonato. No lo
pienso mucho y a la verdad nos atenemos: eso pasa cuando no tienes una
verdadera historia y una justificada tradición, ni hablar de gestas épicas, no
una de plástico y que solo se justifica en campeonatos, en los chicharrones. He
allí la diferencia.
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