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Han sido días ajetreados, pero muy
positivos. No me quejo, aunque lo que sí necesito es un poco más de sueño. Hoy
sábado pensaba dormir hasta tarde, pero no, una inevitable llamada, su sonido,
a golpe de 8 de la mañana, quebró mis intenciones de quedarme metido en el
sobre hasta el mediodía.
Últimamente me fastidia que mis tías
llamen a mi madre por cualquier cosa, pero antes de decir cualquier tontería al
contestar, me autobrindo una ligera tolerancia, un pequeño respiro a la furia
mañanera, puesto que no existe peor cosa que el sueño interrumpido.
Cuando me dispongo a pararme, el
teléfono deja de sonar, y como ya estaba dispuesto a levantarme, aprovecho la
intención para ir a la cocina y prepararme el desayuno.
Busco el café y lleno la tetera con
agua.
Cojo la bolsa de pan de molde, también
la jamonada, el queso y el chicharrón de prensa. Me envenenaré desde el saque,
pero no importa, no seré el único que se envenene desde el desayuno. Obvio,
cuando me sienta más despejado, iré a abastecerme de frutas para toda la
semana.
Ahora tocan la puerta y me acerco a la
ventanilla. Es el señor que me trae los periódicos. Por lo general, es mi padre quien recibe los
periódicos.
Me sirvo café y, contra lo que suelo
hacer, le pongo azúcar, quizá pensando que de esa manera reforzaría una actitud
contra la sensación de pereza. Para mi felicidad, recuerdo varias páginas de
los diarios de Ribeyro que estuve releyendo anoche, imposible no frecuentar los
diarios de Ribeyro en los feriados largos, al menos, esa es mi costumbre,
empalmar la ociosidad con uno de los escritores peruanos que hizo de la molicie
una virtud humana y también una experiencia literaria. Me viene bien porque aún
sigo dopado con el espectacular ají de gallina que Mario preparó ayer en la
casa de Alina.
Luego de desayunar, preparo el desayuno
de Onur. Después, me pongo a leer los diarios, cosa que me entero de las nuevas
maravillas que día a día me depara este país. No me entero de nada; será pues
un día tranquilo y normal, sin mucha novedad exterior, sin un tópico que marque
la pauta temática colectiva, pero jamás hay que subestimar a este país, porque
lo que no ofrecen los diarios, sí los portales de noticias, en los que veo la
última barrabasada del cardenal, que una vez más se graduará de hijo de puta,
con el perdón de las putas.
No me extraña que este sujeto tenga la
audiencia que tiene. Para nada. Desde hace un buen tiempo he decidido cuidar mi
hígado. No me fastidia la existencia de seres diabólicos como Cipriani, no me
debería fastidiar en realidad. Gente como él no es el problema, sino el
verdadero problema es la gente que lo sigue, que aplaude y obedece cada una de
sus opiniones ultramontanas.
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