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Un día lleno de reuniones, día en el que
estuve por más de un distrito, reuniones de cara a las próximas semanas que se
me pintan de adrenalínicas.
Luego de la primera reunión en Barranco,
con Walter, me dirigí a Miraflores, pero en el trayecto me detuve por una
chelita y un sanguchón. De paso, maté algunos minutos viendo a la gente pasar
por el parque Kennedy, algunos de ellos, ya desprovistos de la vergüenza,
sumidos a la caza de bestias virtuales. Aprovecho en revisar mi correo y mis
cuentas de Face e Insta. Nada del otro mundo, aunque la cachorrada viene
discutiendo sobre un artículo de Iwasaki. Leo el artículo en cuestión y no me
parece que era para tanto la discusión, pero eso es lo que signa a la realidad
virtual: manifestar nuestra impresión primeriza que hay que tomar con buen
humor, aunque no pocos lo hacen, porque así hay que jugar: no voy a matar mi
hígado con el fugaz muestrario irreflexivo de los usuarios. Hay que pasar de
ello y en lo que se pueda concentrarse en lo que en verdad importa y lo que en
esos momentos más me importaba era otra chela.
Sigo en mi ruta y recibo algunas
llamadas que dudo en contestar, porque no tengo grabado los números que me
llaman y lo que no deseo es distraerme con promociones. Sin embargo, la
insistencia me hace pensar en que podría tratarse de un asunto que hay que
atender, así es que respondo al número más insistente. No era nada malo, porque
era “Mr. Chela”, que me preguntó por una novela de la que estuve hablando días
atrás en una reunión. Hice memoria y después de unos segundos supe a qué novela
se refería. Eso es lo que me gusta de “Mr. Chela”, que podría ser un gran
literato si no dependiera tanto de la chela, pero bueno, lo positivo de él es
que siempre profundiza en sus intereses, es pues un lector obsesionado y
bienintencionado, como tiene que ser un lector de verdad, que ve la lectura
como un placer que hay que compartir. Sin duda, estaré atento a la publicación
de su novela autobiográfica Buenos
criollos.
Luego de realizar los trámites me
dispongo en la ruta de destinos inevitables y me invade la sensación de que ya
debo regresar a casa cuanto antes, no sé a qué se debe esa sensación,
seguramente al tráfico que bestializa más esta ciudad. Pero antes, me siento en
la banca de un parque innominado y continuo la lectura de Bowie que, de no mediar inconveniente, acabaré en las próximas
horas, durante esos tiempos muertos dignos de la espera.
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