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Luego de desayunar, salí un toque a
fumar al parque. Sin embargo, me confié. No cerré bien la puerta.
En el parque, paseando, toda coqueta
cerca del árbol plantado por mi abuela paterna, Pinky, una perra cuya obsesión
es mi falso pekinés que responde al nombre de Onur.
Onur, imagino, despierta de su sueño
mañanero y con su pata derecha abre la puerta que comunica al parque. No lo
piensa mucho, corre tras Pinky. Me doy cuenta de lo que pasa y no me preocupo
mucho. Onur está en mi ángulo de visión, pero lo que no calculé fueron las
ansias de correr de Pinky, y Pinky, a diferencia de mi falso pekinés, tiene más
calle, más mundo. La perra no duda en correr por todo el parque, Onur detrás
como lo que es, un perro, y no “el niño peludo de la casa”.
Apago el cigarro cuando me percato que
los perros están muy cerca de las rejas que colindan con la calle Fortis.
Pinky, como si nada, pero mi perro no conoce esa calle. Ni mi padre ni yo no tenemos
la costumbre de pasearlo por allí.
Lo que temía ocurrió. Pinky sale por la
puerta de Fortis y Onur también. Entonces allí comenzó mi mañana. Tuve que
correr como no lo hacía en años. Pinky y Onur toreando autos y uno que otro
camión. No pues, mi perro no estaba para esas huevadas, no tenía el sentido de
realidad que sí tiene la perra, que sabe en dónde y cuándo alejarse de los
seres motorizados. En cambio Onur, como si nada, creyendo que esos seres
motorizados son perros con armadura.
Tuve que detener hasta tres autos y un
camión de mudanza. Entonces, supe la verdad de la situación, Onur se movía al
capricho de Pinky y a Pinky me dirigí e hice que entrara al parque y Onur se
fue tras ella, pero ahora dentro del parque. ¿Problema solucionado? Pues no.
Ahora la perra corría en dirección a la otra puerta, la que conecta con Tres de
Febrero, calle que sí conoce mi perro, pero que poco o nada le importaba
conocer, porque ya estaba obnubilado en su salvaje estado hormonal.
Corrí tras los perros y, para mi buena suerte,
una pareja entraba por la puerta de Tres de febrero. No conocía a la flaca, pero
sí al pata, a quien he visto crecer. Le pedí que le obstruyera el paso del
falso pekinés, cosa que hizo con eficiencia ante la mirada amorosa de su flaca
por Onur.
Cargué al perro y este, como si siguiera
jugando, me lamió la cara.
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