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Me levanto más o menos tarde. Siento
algo de malestar, pero nada que un duchazo no pueda solucionar.
Una vez bañadito me alisto para comenzar
el día, pero antes, el café de rigor, que su solo hecho se ha convertido en un
elemento central en cada jornada signada por la lectura, la escritura y la
música.
Entonces, mientras bebo el café y
preparo más café para mi termo, me pongo a leer las noticias, a la caza de un
dato que me permita arrancarlo, teniendo para ello o una regla o una tijera.
Las cosas siguen en su normalidad, sin embargo, lo que uno teme, pero es
inevitable, puesto que laboralmente dependo de las llamadas que recibo en el
celular, el cual debo tener prendido. Antes me sentía feliz con el celular
apagado, y más allá de los meses transcurridos aún tengo que acostumbrarme a
esta nueva rutina.
Cuando vibró el móvil, algo me decía que
era “Mr. Chela”, y, efectivamente, era él, que me estaba animando a que vaya al
Don Lucho por unas chelas. Pero le digo que no me interesa beber en estos fines
de semana, que ando muy concentrado en varios textos y no pocas buenas lecturas
que se me han juntado. Entonces, le sugiero que no pierda tanto el tiempo en
los bares, que aún puede salir de las garras del alcoholismo y le pongo un
ejemplo patético de innata estupidez reforzada por el alcohol, ajá, así es,
solo me bastan dos palabras para graficarle el destino que solo él puede
evitar: “Cachetada Nocturna”. Entonces, “Mr. Chela” queda en silencio y un aura
de seriedad cubre nuestra conversación. Me jura que tratara de beber lo menos
posible, y para ello, a modo de contribución, le sugiero que deje de chupar de
a pocos, paso a paso, cachorro, si la
semana tiene 7 días, chupa 5 y así vas bajando la dosis. “Mr. Chela” promete
hacerme caso, cosa que dudo, pero cumplí con decírselo.
Hace tiempo Miguel me dijo que la
bohemia no tenía nada de malo, por el contrario, la bohemia resultaba necesaria.
El problema, y recuerdo su énfasis, era salirse de la bohemia. Eso era lo más
jodido. Él pudo salir de la bohemia de joven, claro, jamás abandonó el trago,
que tenía como un placer oculto, al punto que cada novela suya (y vaya que
escribió muy buenas novelas) venía con el homenaje a una bebida alcohólica.
Miguel sabía de los peligros del alcohol y la bohemia, que tienen ese poder de
quitar tiempo. Anoche lo constaté una vez más, mientras caminaba por Quilca y
Camaná, rumbo a Polvos Azules. En esas dos calles libreras, a golpe de 8 de la
noche, la sazón nocturna estaba armándose y la tentación era más que patente,
patas y flacas me llamaban, del mismo modo Richi Lakra, pero solo me limité a
saludar al paso, dejando el camino libre a la cachorrada, para que viva lo que
tenga que vivir y con la esperanza de que puedan zafarse de lo que deben vivir.
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