domingo, octubre 30, 2016

550

Me levanté temprano y salí a correr. Mi idea era trotar hasta la Videna y de allí regresarme, bajo el mismo ritmo de trote. En esas estaba cuando en la Av. San Juan, límite de San Luis con La Victoria, alguien me llamaba. Era pues la voz de un pata, algo aguardientosa. Me detuve para saber quién me llamaba pero nada, ninguna de las personas a mi alrededor era dueña de esa voz, entonces, decidí seguir corriendo, pero me llamaban otra vez, ahora con más insistencia. Pulsé Pause a mi selección de canciones en Spotify y esta vez, en lugar de mirar a la calle, miré hacia las ventanas.
Efectivamente, me llamaban desde una ventana, de la ventana de un hostal de nombre Sagitario. El pata, con las legañas que delataban su noche algo inquieta, me seguía llamando y soltando algunas preguntas al vuelo tipo “¿qué ha sido de tu vida, loco?”. Bueno, lo de “Loco”, el chaplín con el que me conocían durante la adolescencia y parte de mi juventud poscolegio. Entonces, hice un filtro al vuelo en mi memoria, y luego de siete segundos en los que me hacía el huevón, supe que se trataba de “Chempén”. No era mi pata, pero a diferencia de mis otros patas con los que paraba más, este nunca ha estado “guardado”, y lo sé gracias a los entonces tíos del barrio y (más tíos ahora) que hoy en día matan el aburrimiento haciendo taxi.
“Chempén” me hace una seña con la mano y le espero.
Sale del hostal con un buzo y un polo, ni siquiera se ha lavado la cara. Las legañas amarilloverdes delatan su apuro. “Chempén” me dice que ese es su hostal y que este fin de semana lo está atendiendo porque los patas que suelen estar han viajado al interior a visitar a sus familias. En realidad, no le pregunto nada, pero “Chempén” es un reguero de respuestas que no dependen de mi curiosidad. Días atrás, y no sé en qué libro o artículo, leí que las personas que emiten disculpas y explicaciones sin verse confrontadas, lo hacen impelidas por una suerte de justificación ante los demás, como si fuesen víctimas de un señalamiento. En realidad, me bastaba ver (al vuelo) el rostro de este pata de tardes peloteras para saber que algo de suerte ha tenido en la vida, el hecho mismo de que no haya estado “guardado” es de por sí un milagro.
Hablamos de todo y de nada. Yo tenía que seguir mi camino hacia la Videna. Pero le dije que cuando pueda se dé una vuelta por el barrio, a ver si nos topamos con las otras puntas. “Chempén” asiente y me dijo que me pasará la voz cuando vaya por el barrio. Me pregunta por mi número de cel, pero no se lo doy, no es necesario, “ya que trabajo en casa y soy fácil de ubicar”.
No sé qué vida haya llevado en estos años, tampoco me interesa saber de dónde ha obtenido el dinero para ser dueño de un hostal con ese nombre que me causa gracia, pero lo que sí es evidente es que, al igual que en las lejanas tardes peloteras, sigue en pie su declarada guerra contra el jabón. 
Un apretón de manos y seguí trotando hacia la Videna.

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