601
Un día fructífero, desconectado y
escuchando música, y por más de un momento barajo la idea de seguir así, pero
no hacerlo es imposible. Me conecto para acceder a las redes sociales, pero
también para revisar mi correo electrónico, que me entrega un par de mails
excluyentes, positivos, por cierto.
Como estuve solo en casa, llegada la una
de la tarde me enfrenté a la disyuntiva: o salía a almorzar o cocinaba algo
para almorzar. Opté por la segunda opción. Varios platos se me presentaban como
posibilidad, y estos debían seguir en la onda de lo que vengo comiendo,
alimentación que cumple su noble propósito: bajar de peso, en especial destruir
la alegre acumulación de grasa en mi panza.
Compré carne molida, fideos y salsa de
tomate en lata, nada complicado. Sin embargo, un pequeño problema adquirió
dimensiones no pensadas: tenía una botella de vino, la misma que me observa
desde hace ya algunas semanas, entonces decidí que ya era hora de darle el
curso respectivo, pero mis ganas por beber vino se interrumpieron porque no
encontraba mi sacacorcho, de color guinda, el cual siempre cargaba conmigo. Me
puse a buscarlo, y tal y como sucede con los ansiosos, la calma fue cediendo
ante la desesperación, lo que me llevó a poner de vuelta y media mi habitación
y desordenar vesánicamente cada espacio de mi casa en donde pude dejarlo.
También recordaba lugares, potenciales espacios de olvido, pero por más que
barajé algunas opciones, que devenían en un
lugar, lo mejor fue darlo por perdido. Aceptar su pérdida. Esa sola
sensación puede resultar dolorosa cuando has tenido tan cerca un objeto que
deja de ser inane al saber que te acompañó por más de diez años.
Ahora que respondo los mails, aprovecho
en ver el movimiento de información en Facebook.
¿Es cierto lo que estoy leyendo?
¿En realidad le pasa esto a la media de
los escritores peruanos?
Con uno, lo entendería; con dos, lo pensaría
sin seriedad; pero que más de quince adviertan a sus contactos de los peligros
del sexo virtual ya me parece el grado supremo de la cojudez, que me pone en
bandeja el material intelectual del que están hechos. Cuidado, dicen, con las
mujeres de apellido extranjero que te envían una invitación de Facebook; las
aceptas y comienzas a conversar con ellas. Luego de tres días conversar en el curso
de cuatro días, estas mujeres de apellido extranjero te proponen una sesión de
sexo virtual. Lo haces. Pero a los dos días esa mujer de apellido extranjero
comienza a chantajearte. Pobre de ti que no cumplas con pagarle, porque tu performance
a lo Dirk Diggler será vista por todos en Youtube.
O sea, y no es que peque de ingenuo, porque
el problema no es si tienes o no sexo virtual, sino la advertencia de los
escritores chantajeados, que no es más que la metáfora del arrecho puesto en
evidencia. Para este tipo de experiencias, más de uno me demostró que tiene
talento para autoparodia compasiva. Por allí podría transitar el futuro, la
salvación de la narrativa del yo. Lo firmo.
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal