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Cosa extraña, pero no menos
gratificante, levantarse con el “Good Morning, Good Morning” del St. Pepper´s de The Beatles. La
somnolencia desaparece y me siento ribeyriano solo por el día de hoy.
Me preparo café, aunque previamente,
hago una serie de pesas en cada brazo y bebo agua fría. Mi perro se me queda
mirando. Mis padres han salido temprano y la casa, en su soledad, se convierte
en el espacio idóneo para descifrar mis sueños de la madrugada. Tengo presente
lo que me dijo hace un tiempo mi amiga Erika en cuanto a los sueños, sobre su
cualidad de privilegio. Lo que soñé no fue un sueño, pero tampoco una
pesadilla. Al igual que los híbridos narrativos, este sueño se caracteriza por
haberme sumergido en la perplejidad. Pienso en su posible origen, que rastreo
en algunos libros que he estado leyendo últimamente, como también en algunas
películas iraníes. Como fuere, me he convertido en una extensión de esa
perplejidad.
Se me antoja desayunar y salgo a comprar
pan con chicharrón, también los periódicos del día. Pero antes le pongo la
correa al falso pekinés, Onur. El falso pekinés experimenta una posesión cada
vez que escucha el sonido de las hebillas de su correa. Me salta de la misma
manera en que recibe a mis padres cuando vienen de la calle. Se pone tan
inquieto, en muestra de su felicidad, que me veo obligado a detenerlo para
colocarle con su correa.
La mañana nos deparará más de una
sorpresa.
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