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Mientras desayuno huevos revueltos,
tostadas, café y jugo de naranja, miro el derrumbe del periodismo peruano, como
una realidad que se veía venir, aunque esta ya estaba instaurada en el
imaginario de la ciudadanía, solo que los primeros sorprendidos han sido los
mismo periodistas, que conscientes de su crisis, se resistían precisamente a
ser conscientes de su delicado estado de gravedad. Claro, hay excepciones, pero
la mayoría, hasta los llamados independientes, son responsables de esta crisis
que debe motivar una profilaxis. Sobre este tema, publicaré un post en los
próximos días.
Termino de desayunar, leo lo que me
falta de los periódicos del día. Lavo los platos del desayuno y me dispongo a
trabajar. Me espera un día largo, con más de cuatro sesiones de ducha, más una
visita a la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional, que será en la tarde noche,
porque ni hablar salgo durante el día, aunque ayer tuve que salir, estuve fuera
todo el día, siempre cuidándome de los embates del calor, sometiéndome a esa
disyuntiva de las 3 de la tarde. Me encontraba en la intersección de la Vía
Expresa con Ricardo Palma. Había que pensar rápido, puesto que tenía que estar
en el café Don Juan a las 4.
Tomar un taxi o ir en el Metropolitano.
Lo del taxi quedó descartado, apártate de achicharrarme, este proceso demoraría
más de la cuenta. Igual, en el Metropolitano me achicharraría, pero en menos
tiempo. Y tomé la ruta C. En menos de 20 minutos llegué al Centro Histórico.
Sudé como un animal, pero como indiqué, el trayecto fue corto. Llegué con anticipación
a mi reunión en el Don Juan, pedí una limonada frozen y me puse en onda con la
relectura de Diario de Moscú de
Walter Benjamin. Relectura ideal para este tiempo de fascismos.
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