poeta leyenda
Una entrevista de Renzo Porcile al
crítico literario y editor Abelardo Oquendo hizo que ponga patas arriba mi
casa, puesto que no encontraba mi ejemplar de la poesía completa de Javier
Heraud. Me refiero a la que publicó Campodónico, cuyo cuidado de edición estuvo
a cargo del catedrático y poeta Hildebrando Pérez.
Así es. Esa edición: la que lleva una
portada de motivos selváticos de Claude Dieterich.
Encontrar este libro me hizo pensar en
los otros poemarios que deben estar desperdigados por la casa, quizá ocultos en
algunas cajas de libros. No lo pienso, buscaré las otras joyas bibliográficas
en estos días.
De las respuestas de Oquendo, me centro
en lo que dice del biopic sobre Heraud, En
busca de Javier de Eduardo Guillot. En este sentido, comparto el temor del
crítico, porque podríamos estar ante una película sin nervio, sin luces sobre
una vida truncada por la tragedia. No me refiero a que la película sea mala,
sino a algo peor: que se nos muestre un Heraud idealista, sin tormentos, ni
demonios, que un día decidió abandonar sus estudios de cine en La Habana para
embarcarse en un proyecto revolucionario continental.
Heraud murió acribillado en Madre de
Dios, en 1963. Tenía 21 años. No pasó mucho tiempo para que comenzara a
edificarse sobre él una leyenda, la misma que se ha impuesto a lo interesante de su propuesta poética.
Creo que no estamos cayendo en la mezquindad valorativa. Heraud no fue un gran
poeta, pero sí uno que a su corta edad demostró ser dueño de una envidiable
sensibilidad para el ejercicio poético. Obviamente, habló del poeta en base de
lo leído, poco o nada sirve especular sobre un posible derrotero que no llegó a
desarrollar.
De Heraud he escuchado muchas cosas,
cada cual más sublime que otra, hasta llegué a pensar que murió casto. Entiendo,
en parte, la imagen que sus compañeros generacionales han proyectado de él, tan
recto, tan puro, tan comprometido con las luchas contra las injusticias que
sufrían pueblos como el peruano. Heraud era un hijo natural de una época
politizada por la efervescencia de la Guerra Fría. Resultaba normal que
cualquier joven simpatizara con causas revolucionarias y Heraud es la perfecta
metáfora de las mismas.
Sería interesante que la película de
Guillot venga signada por una exploración en el lado humano de Heraud,
abordando sus imperfecciones, sus desaciertos, manifestando sus demonios
personales. Solo así tendremos un Heraud más humano, es decir, más perdurable.
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