cuando el fútbol es
De todos los artículos que vengo leyendo
sobre el histórico triunfo del Barcelona ante el Paris Saint Germain, el de
Martín Caparrós es el que refleja su real dimensión. Lo que hace el cronista
argentino es basarse en la esencia emotiva e irracional que depara el fútbol. Explicar,
desmenuzar, aparte de quemar cerebro, es una pérdida de tiempo.
Como muchos, me dispuse a ver el partido.
No soy hincha del Barza, ni del PSG, pero sabía que podía ver un muy buen
encuentro o, en su defecto, estar ante la posibilidad de una gesta histórica,
pero lo que también me animó a seguirlo con atención fue Gianella, mi sobrina,
que acababa de llegar a Barcelona luego de una semana en París. Por mensaje de
Instagram me dijo que en las calles podía sentirse una tensa tranquilidad. No
era para menos, los dirigidos por Luis Enrique tenían que anotar 4 goles para
igualar la serie.
Bien lo sugiere Caparrós: el fútbol es
una cadena de circunstancias. Y ayer cada espectador vivió su propia
circunstancia durante el partido. La irracionalidad se impuso, y esta se hizo
presente luego del golazo del uruguayo Cavani que enmudeció a los hinchas azulgranas
presentes en el estadio, como también a mis amigos hinchas del Barza. Para mí
fue lo mejor del partido, que lo configuró a partir de ese momento en una épica
contra el tiempo.
Si hubo robo o no, como lo vienen
diciendo algunos periodistas deportivos, que si el árbitro cobró descaradamente
a favor de los locales, es lo que menos importa, porque si hubo un equipo que
no supo pararse como debía y que no supo aprovechar la enorme ventaja con la
que llegaron al encuentro, ese equipo fue el PSG.
Triunfos como este son los que quedan en
la memoria emocional, los triunfos contra lo imposible. A saber, aún recuerdo
esa tarde de diciembre de 1993, mientras me dirigía al ICPNA del centro,
escuchando en la radio del bus el partido que Alianza Lima disputaba contra Unión
Minas en Cerro de Pasco. Hasta ese tarde, el UM era un equipo imbatible que
aprovechaba como ninguno la altura de su localía (más de 5000 metros sobre el
nivel del mar), hasta más de un periodista barajaba la posibilidad de que no
sería del todo descabellado que la selección peruana juegue en Cerro de Pasco las
eliminatorias al Mundial de USA 94. En la altura, el Unión Minas era imbatible,
y esa tarde de miércoles de diciembre de 1993, los potrillos de Arrué debían
ganar sí o sí su partido, porque de no ser así, la U se consagraría campeón. Para
colmo de males, no solo hubo un aguacero, sino también granizada. Darío
Muchotrigo y Waldir Sáenz en la delantera, el ecuatoriano Jacinto Espinoza en
el arco, Frank Ruiz en la defensa, Jayo en la volante, entre otros.
No era el único que escuchaba el partido
en el bus, sino también varios patas hinchas de Universitario, que estaban
quedando para ir en la noche a celebrar el campeonato en Odriozola. Todo el
trayecto tuve que escuchar las manifestaciones de su amarga alegría,
característica medular de todo hincha crema.
Ya me había resignado. El empate de poco
o nada servía. Pero apareció Waldir para marcar en los descuentos el único gol
del partido. Elejalder Godos, el narrador de Radio Ovación, gritó el gol y se
puso a llorar, porque lo que acababa de lograr Alianza Lima era un triunfo histórico
en donde todos los equipos de la capital habían regresado con la canasta llena.
Caparrós tiene razón, por momentos así
es que uno se identifica con su club. Aquella tarde de diciembre fue no menos que
gloriosa y el día no pudo terminar mejor, porque tras el gol de Waldir fui
testigo de las corrosivas puteadas de los hinchas cremas con los que me crucé.
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