tdp: "viaje a ítaca"
Hablar de Siu Kam Wen es referirnos a
uno de los más importantes escritores peruanos contemporáneos. Mas esta
importancia está ligada a un factor que no muchos escritores locales no practican:
la actitud oculta.
Los conocedores de la trastienda de la narrativa
peruana sabemos que Siu no es peruano. Nuestro autor nació en China y vivió a
partir de los nueve años en Perú. Es decir, de niño se vio obligado a aprender
otro idioma, ajustando su percepción a una forzada asimilación. Y por medio de
esta asimilación recorrió las calles del Centro, siendo víctima de la
discriminación, pero resistiendo en las fuerzas forjadas en su mundo interior,
escuchando y viviendo la experiencia formativa de cualquier peruano promedio de
pocos recursos. Pensando en chino y comunicándose en un castellano masticado,
Siu estudió su etapa escolar, ingresó a San Marcos a estudiar Literatura. Pero
en 1985, al igual que muchos peruanos, emigró del país. Su familia y él se
instalaron en Hawaii.
Ahora, tengamos en cuenta lo siguiente:
por esos años ochenta, sucedió un acontecimiento literario. Se publicó la
antología En el camino de Guillermo
Niño de Guzmán, en la que hallamos voces como las de Guillermo Saravia, Zein
Zorrilla, Mariela Sala, Mario Choy, Carlos Schwalb, Alonso Cueto, Cromwell
Jara, entre otros. Como también la de Siu, obviamente. Con algunos los años se
han mostrado generosos, no así con la mayoría. Algunos cumplieron con las
expectativas que anunciaban esos cuentos iniciales, otros en cambio se
dedicaron a sobrevivir por medio de otras actividades. Por esa razón, en esta
noche, también rendimos tributo a esta generación de talentosos escritores, y
lo hacemos con una muy buena novela de Siu, Viaje
a Ítaca.
En teoría, Siu es un sujeto en
movimiento, y como tal, su identidad cultural bien podría prestarse a muchas
interpretaciones tan caras en los alguaciles culturales de hoy. ¿Chino?
¿Peruano? ¿Norteamericano? Como vemos, tenemos para todos los gustos. Pero
literariamente Siu es un autor peruano. Al respecto pensemos en La espada del imperio y El tramo final, que aparte de ahondar en
el conflicto de la identidad china, nos pone de manifiesto su verdadero tema
silente, aquel percibido entre líneas: el Perú.
A los buenos escritores los conocemos
por su estilo. En este sentido, siempre he valorado la tensión que signa la
escritura de Siu Kam Wen. Hablamos de un lenguaje en conflicto, tal y como en
1998 lo expuso Oswaldo Reynoso en una conferencia en el Congreso de la
República. En aquella conferencia, Reynoso nos dio luces del nervio narrativo
de nuestro autor, especulando sobre el conflicto que le significó encontrarse
en una ciudad como Lima, que aparte de extraña, le obligaba a asimilar el
lenguaje de la calle para poder sobrevivir. En otras palabras, Siu no solo se
enfrentó a la discriminación, sino también a la supervivencia, y debía hacerlo,
así le gustara o no, de otro modo, el silencio se imponía como el pasaporte a
su muerte social.
A razón de este lenguaje en conflicto,
la prosa de Siu se ha visto alimentada de aquella ligera pesadez de la que
hablaba Italo Calvino en Seis propuestas
para el próximo milenio. Siu convirtió en virtud una deficiencia de la
comunicación, con mayor razón cuando esta se da en todo aquel con pretensiones
literarias. Imaginamos pues muchas horas de trabajo de escritura, solo de esta
manera pudo sacar ventaja de un inicial bache comunicativo. Claro, hablamos de
un acto de amor, como también de desesperación, cuyo resultado fue una marca de
agua que sus lectores percibieron desde sus primeros cuentos.
Lo dicho hasta el momento sobre el
lenguaje en conflicto (y creo que no estaré siendo prejuicioso y, si es así,
pues pido disculpas si en caso haya ligereza en mis palabras) solo puede ser
detectado por el lector cuajado, aquel que está entrenado para detectar la luz
oculta tras la iluminación de las palabras. Más allá de esta característica,
que bien puede ayudar a aquellos lectores que tienen el ego sobredimensionado,
es justo indicar lo que importa sobre todo: Siu ha sabido formar una lectoría
en base a la calidad de su obra, y esto no es poco, más aún en estos tiempos en
los que el escritor peruano no solo debe desempeñarse como escritor, sino
también como vendedor de un producto llamado libro. Nada más ajeno a esta
actitud que Siu Kam Wen, que ha sabido conquistar a los lectores desde la
distancia. Con él ha calzado a la perfección la mejor propaganda: el boca a
boca de los lectores recomendando sus libros. Y prueba de esta lectoría somos
testigos esta noche, porque aquí, en el Porras Barrenechea, no estamos solo los
amigos o conocidos de Siu (para quien esto escribe es la primera vez que lo saluda),
sino ante todo sus lectores. No exagero, estamos a un gigante de la narrativa
peruana contemporánea, uno que ha sobrevivido a las peores taras de nuestra
sociedad, a los años más jodidos de nuestra historia última.
En las páginas de Viaje a Ítaca, su primera novela escrita, nos encontramos con un
autor reflexivo, y por ello, mucho más peligroso en su discurso narrativo, que
en esta ocasión nos transporta a una pesadilla: el Perú de inicios de los
noventa, bajo uno de los escenarios que anunciaron la catástrofe que se vivió
en el decenio previo al nuevo siglo: la segunda vuelta electoral entre Alberto
Fujimori y Mario Vargas Llosa. Estamos ante una novela ambientada en esos años,
pero me pregunto: ¿hasta qué punto durante los noventa seguíamos en la pesadez
atmosférica ochentera, en realidad, cuándo fue que nos despojamos de esa
sensación?
En cierta ocasión, Miguel Gutiérrez me
comentó que las novelas cortas se escriben con memoria reposada, con mayor
razón cuando están llamadas a dar cuenta de la desazón, del odio. Pero no
debería entenderse este reposo de memoria como un canal para la descripción.
No. Nuestro recordado Miguel se refería a la cólera reflexiva, aquella capaz de
corromper al lector, y en el caso de Siu esta cólera se eleva gracias a su
señalado lenguaje en conflicto, lenguaje en conflicto que es el verdadero
protagonista que se vale del viaje como metáfora para mostrarnos una radiografía
sin concesiones de un tiempo histórico que más de uno prefiere olvidar y
superar, pero que nada puede hacer en contra de la buena literatura que se
encarga de recordárnosla a su regalada gana.
Historia, sociología, antropología y
demás en esta experiencia literaria contada bajo el recuerdo que no se guarda
absolutamente nada.
El registro del que se vale Siu,
registro que él ha mostrado en otras ocasiones, es uno que está de “moda” en
estos días en la narrativa latinoamericana actual, pero en nuestro autor este
registro (del cual estoy seguro no reclamara paternidad alguna) hace gala de
una potencia acorde con los postulados del padre del yo, Henry Miller: la exhibición personal de atrocidades.
El narrador protagonista de la novela
regresa a Perú, abandona por un tiempo Hawaii, y lo que encuentra es una Lima
ajena a cualquier clase de añoranza, su reencuentro no pudo ser peor: este se
muestra como un sobreviviente, exponiendo las heridas de los complejos y la
rabia. Recorre las calles de la capital, reconociendo su suciedad, sus olores,
su racismo, y su actitud no es otra que adentrarse cada vez más en el oscuro
túnel en que se ha convertido su alma.
Viaje
a Ítaca
nos confirma una vez más la genialidad de un escritor auténtico y rabiosamente
honesto. Siu molesto. Siu avinagrado. Sui suicida. Sui en franca lucha contra
una ciudad a la que detesta y ama a la vez.
En principio, el narrador protagonista
se muestra escéptico, a manera de coraza contra la apabullante atmósfera que
amenaza con tragárselo, pero pronto se dará cuenta de que no hay resistencia
que valga, para él, la mejor manera de salir ileso del horror no es otra que
entregarse precisamente a este horror.
…
Texto leído el pasado miércoles 29 de
marzo, en el Instituto Raúl Porras Barrenechea.
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