desconectado
Luego de una semana sin celular, vuelvo
a conectarme con el mundo. No sé si celebrarlo, pero por más de un momento creí
que la caída del celular y la explosión de la pantalla fueron lo mejor que me pudo
pasar. Tampoco hay que hacerse dramas, quien quiera comunicarse conmigo sabe
que lo puede hacer por otros medios, como el correo electrónico.
Esta desconexión la aproveché en
lecturas y relecturas. Veamos: estoy por acabar la excelente novela Mac y su contratiempo de Enrique
Vila-Matas, que comentaré en los próximos días. Acabo de empezar la antología Drogadictos, editada por Demipage; del
mismo modo la reedición de Los ilegítimos
de Hildebrando Pérez Huarancca. Pero ante todo relecturas marcaron la pauta,
como De eso se trata de Villoro, El continente vacío de Eduardo Subirats,
Bonsái de Zambra y La obra maestra desconocida y El primo Pons de Balzac.
Mas todo gusto termina, puesto que acabó cuando
recibí mi celular arreglado. Cuando lo prendí vi muchísimas llamadas perdidas,
no pocos mensajes de textos y la numeración de mensajes de wasap me dejó
sorprendido. De estos últimos, solo uno, proveniente de Zúrich, me importó. La
cantidad de personas que intentaron comunicarse conmigo, me conmovió, hasta
llegué a creer esa mentira de que puedo ser importante para gente que no sean
mis padres y mi falso pekinés. A lo mejor estaba siendo presa de una falsa
impresión primeriza. Nunca antes se me había malogrado un celular, y más allá
del placer que me significó la desconexión, mi lado racional me indicaba que
debía estar atento a lo que se me podía estar comunicando por medio de él. Sin
embargo, una vez ya conectado y ver lo que me espera en los próximos días, la
tentación adquiere intención, el oculto deseo de que se me vuelva a caer el
aparato y ver en la pantalla rota una vesánica muestra psicotrópica de colores.
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