luiselli y los niños
Terminamos de leer la última entrega de
la escritora mexicana Valeria Luiselli y más de una impresión nos depara la
experiencia. En primer lugar, asistimos, una vez más, a la confirmación de la poética
de una de las plumas en español más importantes del presente siglo. No es para
menos, hablar de Luiselli es remitirnos a su imprescindible ensayo Papeles falsos y a sus novelas, la muy
saludada Los ingrávidos y la
irregular La historia de mis dientes.
En segundo lugar, la presente publicación es producto de circunstancias muy especiales
en la vida de la autora, por ello, en estas páginas asistimos a su cruda verdad
emocional, pero también somos testigos de su compromiso con los más débiles,
las víctimas a las que los medios de comunicación comenzaron a prestar atención
tras la crisis migratoria del 2014, en la que miles de niños cruzaban solos y
desafiando toda clase de peligros la frontera entre México y Estados Unidos.
En este sentido, Los niños perdidos (Sexto Piso, 2017) es un documento de denuncia
que transita en el ensayo, pero también es un crisol narrativo que descansa en
el respiro de la crónica. Si una marca en alto relieve exhibe la escritura de
la autora, esta es precisamente el diálogo entre registros, sin que se
resientan en sus encuentros, convirtiéndolos en una sola fuerza que refulge en
su invisibilidad.
En el prólogo, el reconocido periodista
Jon Lee Anderson señala que las cuarenta preguntas (aplicada a los niños en la
migra) en las que Luiselli conduce su ensayo, no solo generan “respuestas, sino
más preguntas”. No nos sorprende, puesto que este aparato discursivo nos pone
en el tapete no solo su tópico principal, sino también el contexto personal que
atravesaba Luiselli al momento de conocer la situación de los niños que
cruzaban la frontera. Gracias al carácter transgénico de no ficción el lector
participa del nervio del rizo sensorial que signa la escritura de la autora,
nervio que nos permite constatar la dimensión moral de la publicación.
Si LNP
se hubiese encausado en la pureza del ensayo, estaríamos ante un proyecto ajeno
de lo que ofrece, quizá ante uno relacionado con la frialdad sociológica o
antropológica. En su premeditada bastardía textual hallamos la conexión anímica
con los dramas que sufren los niños, muchos de los cuales provienen de Centro
América y que una vez en México no dudan subirse a los techos de La Bestia, tal
y como se conoce a la línea de tren de mercancía que recorre este país de sur a
norte. En este trayecto muchas cosas ocurren con sus viajeros informales, pero son
los niños los que se llevan la peor parte, y no solo del lado mexicano, puesto que al cruzar la frontera no pocos son confinados en esa especie de cárcel al paso conocida como
La hielera.
Luiselli fue testigo de excepción de los
engorrosos trámites legales que debían pasar los niños si pretendían quedarse
en suelo americano. Por aquel entonces Luiselli y su sobrina trabajaban como
intérpretes en la Corte Federal de Inmigración de Nueva York. La mexicana cuida
su narración, no permite que esta se contamine de la jerigonza legal, le basta
y le sobra con transmitirnos los miedos de los niños, de igual manera con el
arduo trabajo que tiene llevar a cabo para que estos hablen y así pueda
traducir sus testimonios a los jueces que ven sus casos.
No nos equivocamos. LNP es una lectura obligatoria para todo aquel comprometido con el
bienestar del niño, pero es también un artefacto discursivo que en su brevedad
es una irrefutable prueba de la evidente riqueza expresiva de la no ficción.
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