miércoles, mayo 31, 2017

no escuelear

1

Desde su publicación, he leído dos veces No somos nosotros (Seix Barral, 2017) del escritor Ricardo Sumalavia. No era para menos, porque me encontré ante uno de los libros que pudieron oxigenar la narrativa peruana del presente siglo. El híbrido se presenta como el camino alterno a seguir en este tráfico narrativo de hora punta y el libro en cuestión bien pudo cumplir un rol por demás iluminador.
Tengamos en cuenta que cualquiera no puede sumergirse en estas aguas del mestizaje narrativo, para tal fin, el autor de turno debe ser dueño de una pericia en la escritura y también conocedor de los entresijos de los géneros que va a canibalizar. En este sentido, Sumalavia cumple con creces en lo básico: el riesgo formal. La bastardía estructural en NSN es por demás perfecta, hasta podríamos señalar que serviría de guía para cualquier escritor en ciernes atrapado en las mareas del entusiasmo.
Sin embargo, la perfección formal no es garantía de nada en el híbrido, es solo el primer paso hacia su justificación. El híbrido requiere de arrojo narrativo, exige un aniquilamiento de la soberbia literaria y una disposición de la humillación de la voz narrativa. Es decir, el híbrido respira a cuenta de la dimensión humana. Al respecto, pensemos en Prosas apátridas de Ribeyro, La novela luminosa de Levrero, El arte de la fuga de Pitol y Dietario voluble de Vila-Matas. En estos cuatro títulos no asistimos a la obviedad del riesgo formal, sino que somos partícipes de una escritura desatada, que permite a sus autores mostrarse irónicos, críticos y lúdicos. En otras palabras: escriben de lo que quieren sin estar pendientes de los imperativos de los géneros, consiguiendo de esta manera apropiarse de la complicidad del lector.
Es precisamente la falta de arrojo en la escritura lo que lleva al naufragio a NSN. Un par de ejemplos, cuando su voz narrativa intenta ironizar, la intención queda atorada en medio de la garganta, y cuando esta pergeña senderos hacia las parcelas de la oscuridad existencial, somos víctimas de una soberbia que se estrella en el fango de la falsedad. El pecado mayor de Sumalavia es el conservadurismo que infesta su escritura, regodeándose en múltiples aristas temáticas sin profundizar en sus médulas. Además, esta bastardía estructural le brinda al autor más de una oportunidad para tomar revancha, pero este no duda en desaprovecharlas.
Para llevar a buen puerto este tipo de proyectos narrativos, se requiere de valentía, de una actitud kamikaze que dinamite los cantados peligros de la prosa aséptica. Si en el híbrido el lector no sale contaminado, perdió su tiempo. Si en el híbrido no se cuenta todo, el lector sufrió una estafa. Sumalavia contuvo innecesariamente lo que jamás debió: la libertad de su palabra.

2

Ahora, en estas últimas semanas he estado viendo un espectáculo que podría esperar (y hasta entender) de un escritor novato, pero no de uno que exhibe una trayectoria a considerar, como la de Sumalavia: el escueleo.
Un par de muestras de este escueleo: 1 y 2.
No me hago problemas, las cosas como son: venimos presenciando una campaña obscena. Sumalavia nos dice cómo leer NSN.
Si alguien ayudó a Sumalavia en la construcción de esta autoapología, pues debería graduarse de bestia, porque le hizo un flaco favor. No hay nada más antiético que la propia defensa literaria. No es la primera vez que ocurre y ya sabemos cómo terminan los libros de los autores peruanos que practican la autoapología, esa suerte de escabeche mal cocinado que condena sus libros al inminente remate.
Así suene a lugar común, la tradición de la justicia literaria no se altera: los libros se defienden solos.
Y ya para terminar porque debo pasear a mi falso pekinés, indiquemos que NSN no es un libro comercial y saludo su publicación, porque es una apuesta literaria. Es decir, no estamos ante una novela o un cuentario, que puede interesar a una mayor cantidad de lectores. El público de este libro es muy específico (y contra lo que podría creerse, lo tenemos), es la clase de lectores acostumbrados a leer y que pasan de largo de las luces que acompañan a las novedades narrativas. Por esa misma razón, este público no tolera el verso, no aguanta que se le tome el pelo. Sumalavia aún está a tiempo de enmendar esta campaña. Depende exclusivamente de él.  Le sugiero, pues, que vea el episodio 8 de la segunda temporada de The Affair. En ese episodio encontramos una escena que es toda una revelación para cualquier autor que siente que está perdiendo el manejo del movimiento de su libro. El escritor Noah Solloway (Dominic West) y su agente editorial Eden Ellery (Brooke Lyons) conversan en una fiesta. Noah se muestra inseguro ante la recepción de su novela Descent, entonces la pequeña y maravillosa Eden lo mira y le dice: (no spoiler).

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