menos libreros
En estas últimas semanas hemos sido testigos de un hecho atroz contra una iniciativa cultural que partía de la
buena voluntad, porque hay que tenerla para idear y desarrollar un concepto de
librería que no solo se justifique en el fin comercial.
Por ello, lamentamos lo ocurrido con la
librería La libre de Barranco y también
lamentamos que este cierre –toda una metáfora de la situación de la cultura en
este país— nos signifique la ausencia de auténticos libreros, en la única
dimensión aceptada cuando hablamos precisamente de tales.
No es lo mismo ser vendedor de libros
que librero. En este sentido, Ana Bustinduy y Carlos Lorenzo supieron dotar de
personalidad a La Libre y en esta intención cabían todas las actitudes, menos
la anuencia en la opinión, que para más señas, es una triste característica de nuestro circuito
cultural.
Suicidas para algunos, valientes para
otros. En sus dos vertientes, el discurso edificado por esta pareja española
fue lo que dio proyección a su librería. Tal y como lo indica Jorge Carrión en
el imprescindible ensayo Librerías:
las librerías son sus libreros.
Pero qué entendemos de librerías cuando
hablamos de librerías. Se deduce que no nos estamos refiriendo a las cadenas de
librerías, sino a las librerías que forjan una tradición y una identidad, que
dan como resultado un prestigio reconocido por los lectores. La construcción de
una tradición librera es mucho más difícil de conseguir que el éxito comercial.
Y librerías como La Libre, digámoslo bien, faltan en Perú, porque forman
comunidades de lectores, que no asumen el espacio de las librerías como si
fueran tiendas al paso, sino como destinos de encuentro, diálogo y discusión.
Gracias al discurso cuestionador, que
obedecía a la coherencia de su postura ideológica, Bustinduy y Lorenzo hicieron
que La Libre tuviera una legítima prensa: la recomendación de los lectores, que
indicaban que en la primera cuadra de San Martín había una librería con
libreros que leen y que apostaban por todas las manifestaciones artísticas y
culturales, las que realizaban sin depender de viabilidad comercial alguna. He
allí una de las razones del crecimiento de La Libre como negocio, que consiguió
sin traicionar principios e ideales culturales. Y he allí también el innegable
prestigio de Bustinduy y Lorenzo como libreros.
Obviamente, no siempre estuve de acuerdo
con su discurso, tan activo, y no menos polémico, en las redes sociales, pero
en ese desencuentro de pareceres se nos presentaba el testimonio de una actitud
que jamás hemos dejado de reconocer y que, sin duda alguna, ahora vamos a echar
de menos.
…
En SB
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