morir de pie
Imaginemos la siguiente situación: seis
de la tarde en una de las avenidas más transitadas de la ciudad de Lima. Autos,
camiones y buses pugnan por ingresar al único carril que les permita salir
libres de la pesadilla de la hora punta.
Una imagen como esta es la brutal
radiografía de la narrativa peruana del presente siglo. A la fecha, tenemos
muchísimos autores, cada cual con la comprensible ambición de lograr el
reconocimiento, fin que me parece lícito, siempre y cuando la aspiración descanse
en una propuesta al menos interesante. En tal sentido, percibo mucha confusión
entre las mujeres y los hombres que escriben y publican en nuestro medio y
considero que ya es hora que se hagan una pregunta imprescindible: ¿busco ser
un buen escritor o busco ser un escritor famoso?
Ante esta situación, Jack Martínez se
diferencia de la hora punta. No me sorprende, Martínez viene desarrollando una
obra coherente en cuanto a tema, iniciada con Bajo la sombra (Animal de Invierno, 2014), y que ahora vemos definida
en Sustitución (Emecé del Sur, 2017).
Sin duda, estamos ante el libro más
discutido y comentado en lo que va del año, lo que nos brinda una grata impresión
inicial, puesto que no hay peor destino para libro alguno que el saludo unánime.
Libro que no enciende opiniones encontradas, sencillamente no sirve y envejece
pronto. Sustitución ha venido
generando reseñas positivas, ambivalentes y negativas. Y en honor a la verdad,
las negativas iluminan más.
En esta novela breve el autor nos
presenta a Jessé, su narrador protagonista. Jessé es un joven norteamericano,
hijo de un peruano que sirvió en la armada de Estados Unidos. Jessé enfrenta el
suicidio de su padre, acontecimiento que lo lleva a exponerse en su tragedia.
Jessé es ingeniero biomédico y conoce a Laura, una guapa antropóloga de
ascendencia puertorriqueña, a la que miente sistemáticamente cuando le tiene
que hablar de sus orígenes. Por medio de Jessé y gracias a la aparición de
Laura accedemos a los dos temas medulares de la novela: el padre y la mentira.
Martínez no duda en hacer uso de sus
recursos narrativos y esta actitud se testimonia en la contundencia de las
primeras páginas de Sustitución. A
ello sumemos la voz quebrada de Jessé, que vigoriza la economía del lenguaje
que conduce la narración. Hasta aquí, Martínez nos ofrecía una novela que lo
posicionaba como una de las voces más atendibles, y no solo de la narrativa de
nuestros predios.
Sin embargo, algo pasa en el segundo respiro de la novela, en especial cuando el
sentido común nos indicaba que Jessé debía seguir reflexionando sobre su padre,
detallándonos de su vida en Chulec y de cómo perdió la pierna en la guerra que
participó con el ejército estadounidense. Y claro, la historia nos prometía la
explosión que tarde o temprano generaría la mentira que Jessé venía relatándole
a Laura.
Aunque suene a lugar común, se hace
necesario consignar lo que Milan Kundera sentencia en El arte de novela: “la novela es el género literario más libre que
existe.” Es decir, mediante la novela se puede apostar por la linealidad y la
experimentación formal, como también tensar el lenguaje u optar por la
funcionalidad de la linealidad. La novela es como un Salón de Pasos Perdidos en
el que puedes encontrar puertas a pequeños espacios de los que puedes salir cuando
gustes. Sin embargo, hay una puerta que nos lleva a un espacio tramposo, al que
se ingresa confiado pero del que ya no puedes salir. Este espacio tramposo también
te brinda libertad, siempre y cuando te ajustes a sus leyes draconianas. Me
refiero, pues, a la parcela de la novela breve.
Por ello, Martínez fracasa en el nuevo tramo
de la novela. Como autor es presa de una ambición temática en un formato que no
se adecua a su intención narrativa inicial. Veamos: Jessé eclosiona en tópicos,
lo que diluye el nervio discursivo que venía mostrándonos. La economía del
lenguaje que exponía con firmeza termina en los terrenos de la mera redacción,
pensemos en los personajes que traen a colación Jessé y Laura, teñidos de una
plástica configuración moral… En otras palabras, Martínez se saboteó a sí
mismo.
Suponemos que este no era el propósito
del autor al escribir Sustitución. Si
prestamos atención a su argumento, nos encontramos ante un proyecto por demás
atractivo, con un personaje destrozado y en permanente cuestionamiento de su
identidad, y con cuatro tópicos, aparte de los dos principales que indicamos
líneas atrás, que llamarían la atención de cualquier lector, es decir, no
necesariamente el de un lector cuajado y exigente. Un lector, a secas, que solo
anhela leer una novela mientras ve pasar la vida.
Subrayemos también que este proyecto mereció
más páginas de las entregadas, solo de esta manera podía salvarse del
castramiento a cuenta de sus tópicos secundarios. O, en todo caso, debió
beneficiarse con una poda inclemente, y a partir de esta apostar al todo o nada
hacia una arriesgada extensión del recorrido de sus primeras setenta páginas.
Más allá de estos reparos, destaquemos
el mayor triunfo de Sustitución. Me
refiero a la luz, a la voz que Martínez consigue en esta novela, la que lo
posiciona como narrador ante sí mismo. Esta voz, que no guarda relación alguna
con la trama, ni la estructura, ni el lenguaje, genera una complicidad con el
lector de turno, que se muestra fiel a la novela, sea en sus tramos
destacables, como también en los senderos que la direccionan al desastre
formal.
Me hubiese gustado celebrar esta novela
de Martínez. Pero eso es imposible. Lo que sí celebro de Sustitución es su verdad emocional, la prueba rotunda de que el
autor tiene mucho por transmitir. La verdad emocional es la esencia de la
experiencia literaria, y bien nos enseña la tradición narrativa que esta verdad no es propiedad de la perfección
formal de la novela breve, ni mucho menos de la imperfección formal de la
novela de largo aliento.
...
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