acojudamiento
A este paso tendremos que aceptar una
catastrófica realidad en el Bicentenario: la llegada de un Fujimori a la
presidencia. Motivos no escasean: los colectivos de izquierda y la ciudadanía
antifujimorista viene perdiendo el tiempo en auténticas cojudeces mientras que
el menor de los Fujimori no deja de ganar adeptos en las calles. Basta caminar
y toparse con la gente, escuchar lo que se dice de Kenji y, de esta manera, ser
testigo del espanto que produce la ignorancia y la elementalidad de criterio
que signa a millones de mujeres y hombres en Perú.
Mientras terminaba de leer una novela
que me ha aburrido por mala y fría, pensaba en la abulia que ha contagiado
hasta a los más achorados de las protestas, incluyendo a los adalides de la
superioridad moral. Trato de entender este acojudamiento colectivo, incluso llegué
a pensar que se debía a los bruscos cambios de clima (en este país, todas las
especulaciones son permitidas). Pero nada, el espíritu vigilante se está
desmoronando y nadie parece hacer algo contra ello, y eso que no pocos hicieron
en su momento un buen negocio discursivo con la cantaleta del “espíritu
vigilante”, que solo tiene utilidad en las redes sociales, como si su objetivo
fuera el Like, ese risible saludo, el mínimo gesto que condecora el esfuerzo
del hacedor del post.
Me pongo a pensar en alguna fuente
textual que me ayude a entender esta caída libre. Sé que la respuesta la tengo
a la mano, y solo debo respirar hondo para hallarla, porque siento que lo he
releído días atrás. No pasan muchos segundos para dar con la fuente textual,
que descansa debajo de una pequeña torre de libros que sostienen cinco
películas en dvd de Kiyoshi Kurosawa.
El libro en cuestión: Los cojudos de Sofocleto.
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