de mafiosos e hijos de puta
El martes, luego de mis horas de
investigación en la BNP, decidí ir a La Rocca por un espresso y un pan con
chicharrón. Mientras caminaba hacia el café, a paso lento y con un pucho recién
prendido, revisaba las últimas noticias sobre la tragedia ocurrida el pasado
domingo en el Cerro San Cristobal, quizá uno de los espacios más populares de
la ciudad.
De lo leído, no me sorprende que ningún
organismo edil quiera hacerse cargo de la responsabilidad del accidente. Tanto
la Municipalidad de Lima como su homóloga del Rímac están capitaneadas por dos
alcaldes de dudosa calidad moral, sindicados por sus vecinos como enemigos de
la decencia y arrechos de poder económico cada vez que tienen la oportunidad de
llenar sus bolsillos.
Pero no solo hablamos de un par de sinvergüenzas,
como lo son Luis Castañeda Lossio y Enrique Peramás, sino de las sendas redes de
corrupción que representan. Redes de corrupción que ahora han entrado en
conflicto a causa de la tragedia, el conflicto es tal que ni siquiera pueden
redactar un comunicado entendible contra la informalidad turística, la misma
que ellos permitieron que funcione en el trayecto que comunica a la cima del
cerro.
Imaginaba esta situación: Castañeda y
Peramás, haciendo múltiples llamadas, rodeados de papelucheros, de los que uno
por bando, ya conversado y negociado, “aceptará” la responsabilidad
administrativa, porque eso es lo que quedará de todo ello, la burocracia como
salvación mediante en un vasallo que por lo bajo será recompensado de algún
modo. Así funcionan las mafias.
De lo otro, de los hijos de puta que
robaban a los heridos y muertos del accidente. Si en caso yo hubiese estado
presente, no me conformaba solo en la airada queja verbal, sino pasaba a la
acción inmediata, a la justicia que vale en esos momentos: un letal ladrillazo
en la cabeza. Hay gente que no merece vivir, así de simple.
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