memoria al rescate
Termina la película, prendo mi celular.
Es poco más de la una de la madrugada. Me dirijo a una máquina de café,
imposible encontrar algún café cuando todos los locales de la Rambla de San
Borja están cerrados. Camino por el sendero señalizado por carteles amarillos.
Pero mis esperanzas se refuerzan al ver una máquina, aligero el paso, pero esta
no es de café, sino de galletas y gaseosas. No soy el único a la búsqueda de la
droga líquida, un par de chicas también se acercan y no demoran en manifestar su descontento. Asumo que el café
es también lo mismo para ellas que para mí, en especial cuando has pasado cerca
de dos horas viendo una película que no te ha gustado solo por impresión, sino
por mala.
Así es, me refiero a La hora final, de Eduardo Mendoza de
Echave.
El argumento ya es harto conocido: la
historia del Grupo Especial de Inteligencia (GEIN), que capturó al líder terrorista
de Sendero Luminoso Abimael Guzmán. Con licencias que permite la ficción, el
director intenta brindar un acercamiento a las vicisitudes que pasaron los
integrantes de este grupo de inteligencia, sin embargo, así la ficción vaya en
ayuda del desarrollo de su proyecto, este falla en los dos factores que no debe
resentir una película: la verosimilitud y el desarrollo de la historia.
No soy quién para sugerir a los que
saben más de estas lides, pero hubiera preferido el uso de más espacios
cerrados, aprovechar la sensación de claustrofia de terror que se vivía a
inicios de los noventa; pero en lo que sí tuvo que haber un mayor trabajo fue
en el despliegue histriónico de los actores, que por más que hayan tenido que
seguir las pautas de un guion por demás laxo (dueño de un paupérrimo
conocimiento de causa, a saber, de los giros verbales), pudieron hacer algo más
para que nos podamos identificar con sus personajes.
A la fecha, LHF es una de las películas más comentadas, como también discutidas
en cuanto a su valor estético. No tengo duda alguna de que detrás de los saludos
y defensas de la película se ubica un sano afán de comunicación, un llamado a
un ejercicio de memoria sobre lo que significó la captura de Guzmán para la
historia peruana contemporánea. Y memoria, quién lo negaría, es lo que más
necesita la chibolada de las dos últimas generaciones. Se impone pues la fuerza
del tema, el discurso de la violencia política, que esta vez viene al rescate
de una película mediocre. Ya lo hizo en su momento con novelas, cuentarios,
poemarios, muestras visuales y puestas dramáticas que no resistirían la más
mínima prueba de rigor.
Sin ser una obra maestra, propongo otra
opción: La captura del siglo,
que cumple, en lo que puede, en verosimilitud y tratamiento. La pueden ver
aquí.
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