poesía
Mientras tomo un jugo de naranja, ordeno
algunos libros, en realidad algunos poemarios recibidos y comprados en estos
últimos días. Impone el orden, ahora que pareciera que los libros están a nada
de botarme de casa.
De paso, el orden me lleva a la
clasificación, práctica que demanda más tiempo del pensado. Llevo años sin
clasificar mis libros, las personas que han visto mi biblioteca, saben que esta
se distingue por el desorden. Mas esto importa poco, porque yo sé en dónde
están los títulos que me interesan, creo. Felizmente, aún no me veo en la
desesperación de buscar, creer saber dónde encontrar y no hallar nada en el
lugar que creíste que encontrarías el libro. Sé de amigos que la pasaron putas
al verse en esa desesperación.
Entonces, decido encarar el desorden, al
menos distribuir y clarear un poco el espacio, tener algo de movimiento, que me
doy cuenta que no tengo, especie de revelación, muy extraña, que tuve ni bien
revisaba los títulos de los poemarios apilados en la mesa del recibidor, como
los de la colección PBC Ediciones (block
d-001, la psicoputa, calavera no abduce, starfuckers, sueño del no
nacido y 26 maneras de decirte lo que
falta).
Así es. Hay que ordenar, no importa cómo
llegó la revelación. Pero vuelvo a mirar los títulos de PBC, e imposible no
pensar en la poesía joven peruana, la constituida por mujeres y hombres nacidos
a mediados de los 90.
Al respecto, hubo un tiempo, felizmente
fugaz, en que se puso de moda en nuestro circuito la valoración de la poesía a
cuenta de la edad del vate de ocasión. Es decir, mientras más joven eras, más
probabilidades tenías de ser tomado en cuenta. Sin duda, fue una “valoración”
que hizo (mucho) daño, porque muchos poetas aparecieron, como saltamontes en
noches moradas. Lugar adonde me dirigía, y eso que salgo muy poco a saraos, me
encontraba con jóvenes poetas con libro publicado (ojo, libro), llevando a los
extremos la pose del privilegio existencial, que jamás condené, porque ser
joven no es un privilegio, sino una oportunidad, pero estos jóvenes poetas
asumían mal su oportunidad, confundiendo cojudez escénica con ingenio, alud
verbal con talento, discurso contestatario con formación en lecturas, en fin,
toda una mazamorra del parecer.
Pero es justo decir que, desde hace un
par de años, la poesía peruana ha abandonado la turbulencia. Tengo, pues, esa
impresión con la poesía peruana que se viene escribiendo, sin importar la edad
y reconocimiento del poeta. Sea como fuere, es una situación que me alegra.
Pasamos muchos años en esa turbulencia, en la que cundía el mal gusto y la
falta de crítica entre los mismos poetas, aferrados a invitaciones a festivales
y congresos, a fallos de concursos. Ahora, el piloto automático no es garantía
de nada, salvo contadas excepciones, tenemos paquetes que escriben versos, no poesía. Hay pues que leer lo que en poesía peruana se está escribiendo y
publicando en los últimos dos años. No garantizo que encontraran calidad por
doquier, pero sí una situación distinta, al menos una práctica poética consciente
de su naturaleza. La poesía la encontramos leyendo los poemarios, no en los
recitales ni festivales.
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