para verla
En las madrugadas sigo ordenando mis
películas, que agrupo en cajas para ponerlas en el almacén y así aprovechar el
espacio para los nuevos estantes que llegarán a casa en los próximos días. Son
muchas columnas de libros, las cuales me obligan a moverme con cuidado; pues
bien, en medio de tarea de ordenamiento de películas, encontré una no he visto
las veces que me hubiese gustado, a la que sin problema alguno le pondría el
rótulo de Obra maestra.
Resulta curioso que no aparezca en las
listas de las mejores películas del Siglo XXI, listas que hasta hace no mucho
venían generando entusiasmo en la platea cinéfila. No creo que esta apreciación
se deba a un mero capricho impresionista, porque Synecdoche, New York (2009), primera película de Charlie Kaufman,
tiene más que suficientes méritos cinematográficos para ser considerada un
trabajo mayor del presente siglo. Al respecto, haciendo un banal ejercicio
especulativo, pueda que haya sido víctima de un involuntario olvido entre los
entendidos que confeccionaron estas listas. A ello sumemos la complejidad
conceptual de SNY, que la desfavorece
para el gusto mayoritario, mas decir esto no es más que una forzada esperanza
de buena voluntad, con mayor cuando vemos en las selecciones títulos menores
como Moonlight, Munich y Virgen a los 40.
Si hablamos de Kaufman, nos referimos a
un nombre clave en la escritura de guiones, pensemos en películas como Being John Malkovich, Adaptation y Eternal sunshine of the stopless mind, que el conocedor ha sabido
apreciar. Nos pueden gustar o no, pero nadie negará que los guiones de Kaufman
están pautados por una sensibilidad que, sin subestimar al espectador común,
cuida su coherencia interna, que transita entre lo cartesiano y lo onírico, que
viaja de lo estético a lo grotesco, que vemos en toda su amplitud en Synecdoche…
Caden Cotard (una de las mejores
actuaciones de Philip Seymour Hoffman), un director de teatro cuya vida
familiar es un desastre y preso de un ensimismamiento que acaba alejando a las
personas que lo aprecian. Cuando las desgracias emocionales no pueden ser
menos, Caden recibe la beca MacArthur, acontecimiento que le permite financiar
una obra teatral en la que intentará plasmar todo su talento. Sin embargo,
Caden descubre que está enfermo (anunciado en las primeras escenas), su
organismo comienza a deteriorarse. Aquí, la narrativa lineal, el mandato de la
lógica, que de imponerse no estaríamos hablando de una película de Kaufman.
Kaufman huye de la realidad sin alejarse de ella, partiendo de la atribulación
natural de Caden y apoyado de un selecto elenco de mujeres (Emily Watson,
Jennifer Jason Leigh, Catherine Keener, Samantha Morton, Hope Davis, Diane
Wiest y Michelle Williams), cada cual haciéndolo más infeliz, aun cuando este
pone en escena lo imposible: reflejar el día a día de New York dentro de un
hangar en el barrio teatral de la ciudad. Para Kaufman, el propósito de su
película, su logística interna, obedece exclusivamente a Caden, en quien
proyecta sus señaladas dimensiones (cartesiano/onírico y estético/grotesco),
por medio de un ritmo ralentizado que nos lleva de la indignación a la
tristeza, sin pasar por alto el humor negro, tan presente en los guiones de
Kaufman y ahora en su ópera prima. De esta manera, el director interpela. El
ocasional espectador asiste a un metadiscurso del histrionismo, es decir, las
mujeres que rodean a Caden son todas las mujeres, y Caden todos los hombres.
Ganas de spoilear no faltan. Solo
recomiendo que la vuelvas a ver si ya conoces esta película, si en caso no,
avisado estás.
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