lunes, octubre 02, 2017

reynoso de vuelta

Si bien es cierto que la obra narrativa de Oswaldo Reynoso (1931 – 2016) es por demás breve, esta no deja de despertar entusiasmo interpretativo y especulativo. A la fecha, cada libro es un potente caudal metafórico, desbordante y sensual en el manejo de la prosa, o como bien comienza a señalarse, la prosa poética que lo identificó como escritor.
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Prestemos atención a lo que se viene diciendo de sus últimas publicaciones, como En busca de la sonrisa encontrada y Arequipa, lámpara incandescente, que sin duda motivarán otra columna de opinión, por tratarse de aparatos literarios (a estas alturas, habría que ser muy arriesgado para ubicarlas en un determinado género), que más allá de gustar o no a los lectores, posicionan a Reynoso como un adelantado a lo que hoy en día se escribe y publica, y no me refiero solo a la narrativa latinoamericana. Ahora que el híbrido/mestizaje genérico parece ser el nuevo cintillo de temporada, es justo consignar que nuestro autor ya lo venía practicando por urgencia de escritura y sin reclamo de patente. Tengamos en cuenta sus últimas declaraciones, al menos puedo dar testimonio de la que me brindó en una entrevista pública que en la quincena de enero de 2016 le hice en una librería local: “Yo escribo, solo escribo, no me importan los géneros”. En la contundencia de esta respuesta, podemos rastrear luces en el último Reynoso, experimental y quizá por ello irregular.
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Si lo último de Reynoso generaba desconcierto, qué podemos decir de los títulos ya instalados en el imaginario del lector. Una breve mirada nos enfrenta a un autor inacabable, rico en temas y avezado en la tensión lírica de la palabra escrita. En tal sentido, no nos debe sorprender que su obra se esté reeditando, y en esta empresa hay para más de un gusto: el Reynoso sensual del lenguaje, el Reynoso político, el Reynoso social, el Reynoso ideológico…
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Uno de sus libros que ya conoce de reediciones es la novela El escarabajo y el hombre, publicada en 1970. Suponemos que se trata de una edición de autor, puesto que esta no nos brinda suficiente información al respecto. Sin embargo, poco o nada importa, porque el libro, sin tomar en consideración su evidente valía literaria, hace alarde de una belleza artesanal que lo convierte en un objeto de lujo, y por qué no decirlo, también histórico. Una novelita, a primera impresión, de aliento sicodélico, que vemos en la secuencia visual de sus primeras páginas, a cargo de Jesús Ruiz Durand, seguramente a modo de radiografía de época en que se dio a conocer la publicación.
Sobre esta novela se teje una de las leyendas literarias locales más conocidas y celebradas: fue silenciada por los críticos literarios de la época. ¿Por qué?, se preguntará el falso reynosiano, pues fácil: en la noche de su presentación, en el bar Palermo, nuestro autor mandó a la mierda a todos, “pero a todos”, los críticos literarios del país. Lo dijo de pie sobre una mesa del bar luego de que su amigo, el estupendo estilista Eleodoro Vargas Vicuña, presentara la novela sin hablar de ella. Se entiende el contexto, la fiebre de la presentación venía pautada por interminables litros de alcohol. El seguidor de Reynoso sabe al detalle de esta presentación y no vamos a negar que era todo un gusto escucharlo cuando la contaba cada vez que podía, sin importarle las omisiones y exageraciones de su memoria.
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Como ya se indicó, esta novela ha sido reeditada/rescatada más de una vez. Recuerdo la edición de Editorial San Marcos de 2001 y la de Casa Tomada de 2009. Y en estos días se suma la realizada por la editorial arequipeña La Travesía, que la anuncia como la versión “definitiva”. Esperemos aquí encontrar la secuencia visual de JRD, ausente en las ediciones de los sellos antes mencionados.
Ante ello, la relectura se impone para dar fe de lo obvio: la vigencia de la novela, pero también la relevancia del magisterio del autor, relevancia muy pocas veces advertida y que tendría que empezar a difundirse, en especial para todo aquel que pretenda escribir ficción: el lucimiento técnico de Reynoso. Es decir, su carácter pedagógico para contar.
No solo asistimos a una novela que proyecta algunos de los tópicos recurrentes en la obra reynosiana, como la frustración, la desidia y el desamor. El escarabajo y el hombre se ambienta en uno de los espacios por excelencia de su poética: el bar, en donde un joven le cuenta a su profesor de lengua y literatura sobre los asuntos existenciales y emocionales que le carcomen a su tierna edad. El profesor (El Profe) escucha, indaga en el relato del joven, pero no escuelea. El Profe es, sencillamente, un amigo, una suerte de hermano mayor al que el joven busca para desfogarse. A la par de este relato, se desarrolla otro: el diálogo entre dos jóvenes “pirañitas” que son testigos del paso de un escarabajo que empuja una bola de excremento de un extremo a otro de la carretera. En este diálogo, participamos de un homenaje del autor a las Fábulas de Esopo. No es gratuito este tributo, puesto que mediante la alegoría Reynoso puso en bandeja una férrea crítica social que se engarza con la cita de William Blake que sirve de epígrafe. Reynoso, pues, sabía criticar y en estas páginas hay una crítica abierta al sistema de época y que la relectura nos permite ver que esa crítica muy bien puede justificarse en estos tiempos.
En estas páginas percibimos a un Reynoso recargado, nos basta con la voz del narrador presente en las dos historias, esa voz que no solo conduce, sino que otorga un peso reflexivo, es decir, el tejido del nervio conceptual que eleva la anécdota a categoría de dimensión humana. Lo que en voces menores serían huevadas poseriles, en Reynoso es trascendencia, actualidad y, obviamente, discusión. No podemos hablar de Reynoso si lo que leemos de él no nos lleva a la discusión, a esa parcela interpretativa e impresionista de la poslectura, cualidad que solo exhiben los libros posicionados como clásicos.
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Nos encontramos ante un clásico de la narrativa peruana, pero un clásico sin la contundencia que merece. Y eso es lo extraño, puesto que nos hallamos ante un libro más mentado que leído, cuando lo cierto es que aquí estamos ante un autor al que no solo admiramos por su talento natural para escribir, sino del que podemos aprender a cómo, por ejemplo, estructurar una novela corta sin caer en las ciénagas del anecdotario, a rehuir de la verbalidad idiota que se vende como callejera. Estas páginas son también el testimonio de Reynoso en su condición de Profe de narrativa. Por ello, ante el fracaso del lugar común que guía la difusión de la novela, considero que esta tendría que enfocarse en lo que es: una novela de culto para escritores, para lectores ya formados a la búsqueda de un aprendizaje literario, no más como una novela de jóvenes atribulados por la vida, la carencia económica y la frustración.
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Encontramos dos influencias muy marcadas, tanto en lo estructural como en lo temático: nos referimos a Viaje hacia el fin de la noche de Louis- Ferndinand Celine y El guardián entre el centeno de J. D. Salinger. El escarabajo y el hombre es una bendita mutación de ambas novelas, con jóvenes que son y no son jóvenes, que echa luces gracias un andamiaje narrativo que en su complejidad pasa inadvertido para el lector, lo cual es un triunfo, o llámalo también experiencia literaria.
Y claro, El escarabajo y el hombre es también una prueba más del mundo que nunca dejó de interesar a Reynoso. Hablamos de un mundo juvenil marginal, que le bastaba y sobraba, muy lejano de la galaxia juvenil rubricada por la plasticidad material. Lo dice en la novela:
“Pero son más sinceros que muchos universitarios que ya tienen hecha su vida con la profesión que siguen y hay que verlos habladorcitos, decididos a todo para cambiar la sociedad, pero luego cuando ya han conseguido su título se olvidan de todo y son capaces de las más grandes traiciones con tal de tener un poquito de plata”.

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Publicado en SB

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