descubrimiento
Luego de mi sesión de tres de horas de
investigación, detengo las actividades para revisar algunos mails e Inboxs.
Entre lo segundo encuentro el mensaje de un amigo, que me pregunta qué haré al
salir de la Hemeroteca, porque quiere celebrar la adquisición que acaba de
realizar con su novia. No se trata de cualquier compra, de esas bagatelas que
la gente no duda en promocionar en las redes sociales, objetos que se desechan tras
su primer uso. Pienso por un instante la propuesta, porque tenía planeado dirigirme
a Barranco después de la BNP. Pero haciendo cálculos, en especial sabiendo que
al día siguiente tendría que seguir trabajando, acepté su oferta porque su departamento
queda muy cerca de mi casa, además, tampoco sería una celebración, sino una
suerte de conversa para ponernos al día.
Antes de abandonar la BNP, fui a la
máquina de café, se me había pero al meter las dos monedas de sol, la máquina
me anuncia que está fuera de servicio. Entonces, aprovecharía en el camino para
comprarme un café al paso, seguramente a una de las esforzadas venezolanas que
paran entre Aviación y Javier Prado. Pero no, no halle a ninguna de ellas, a lo
mejor estaban allí, seguramente confundidas entre la multitud que intenta
ingresar a la Estación La Cultura.
Llegué en menos de cinco minutos donde
mi amigo y su novia, a quienes felicité por la compra del departamento. Para mi
buena suerte, el café recién pasado conquistaba la atmósfera, más una rica
torta de chocolate. Sin embargo, reparé
en la pantalla plasma en la pared, que me ofreció lo siguiente: una seguidilla
de videos musicales, y a los dos minutos de mirarlos comprendí que se trataba
de la discografía completa de Queen.
Me quedé quieto viendo los videos y me fue imposible no tratar de recordar cómo
fue mi acercamiento a Queen, es decir, el contexto del descubrimiento de la
banda. Para mi buena suerte, la novia de mi pata era una conocedora de Queen y
me ayudó a cartografiar las canciones, indicando sus álbumes de procedencia. La
escuchaba y pensé en la edad que pude tener cuando la escuché por primera vez,
quizá a los diez u once años, durante la semana de vacaciones luego de algún
bimestre académico. Aquella vez me encontraba solo en casa. Mis padres y hermanos,
uno de ellos, me había dejado una nota sobre la mesa de la sala: regresarían en
tres horas trayéndome el almuerzo.
Entonces, prendí el televisor para hacer
hora, me eché en el sillón y el sueño me invadió sin saber qué canal
sintonizaba.
Desperté al cabo de una hora, a minutos
del mediodía.
El logo me indicaba el 7 como canal
sintonizado, y cuando me disponía a cambiar de canal, sucedió lo siguiente: la
cortina de Disco Club… y a los segundos Gerardo Manuel, anunciando el tributo a
Freddie Mercury en el Wembley Stadium. No recordaba la fecha exacta del
tributo, inquietud que disipó la novia de mi pata: 20 de abril de 1992. Pero lo
que sé es que no recordaré con precisión la fecha en que vi ese tributo.
De lo que dijo Gerardo Manuel, lo que
aún retengo en la memoria: estábamos por presenciar un concierto histórico y
que lo sería aún más a medida que transcurrieran los años. Hasta ese momento
había escuchado algunas canciones de Queen sin saber que eran de Queen.
Imposible, pues, no ser agradecida
víctima de una interna revuelta emocional. Aquel extraño programa de Disco Club
(a mediodía, cuando su horario solía ser en la tarde noche) despertó el interés
de lo que en la adolescencia sería una vesánica manía por coleccionar toda la
discografía y bibliografía de la agrupación, que pude tener gracias a una tía
que vivía en el extranjero y que soñaba con que yo sea su hijo.
En el taxi de regreso me preguntaba en
dónde estaría todo ese material. A lo mejor desapareció años atrás tras la
venta de la casa de mi abuela. Como sea, hasta hace algunas horas no me había
dado cuenta de lo importante que fue esta banda en la construcción de mi
memoria emocional adolescente. Nunca es tarde para reconstruir, pienso.
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