historia
A medida que pasan las horas, la ciudad
se despeja. Parece un forzado domingo y no hay mejor día para mí que el
domingo. Calles vacías, transporte rápido y, al menos en mi caso, la
posibilidad de encontrarme con gente interesante. Los domingos son pues una
experiencia para la vagancia, la caminata perdida e interminable.
Luego de un espresso de rigor en La
espiga de oro, me dispongo a tomar un taxi. Todas las gestiones en Barranco las
he realizado en el menor tiempo imaginado y mi plan es ver el partido en casa,
en tranquilidad, o lo que podamos entender por esta cuestión anpimica. Además,
me he desconectado del mundillo virtual, decisión que considero acertada. Basta
ver las redes sociales y ser testigo del consultorio psiquiátrico en que se ha
convertido desde el lunes. El tópico que excluye a los otros: el partido de
esta noche.
Mucho se viene diciendo, y no tengo duda
de que lo más sensato que se ha dicho sobre este partido lo he escuchado en la
última persona a la que habría hecho caso: César González, “Chalaca”. Pero
todos tienen su momento de iluminación y el conocido entrenador de menores supo
dar en el clavo sobre la situación de la selección nacional: esta debe
creérsela y practicar su evidente superioridad sobre el combinado kiwii. La
obviedad, el sentido común, quedan relegados cuando más de un “entendido” nos
viene con posibles variantes tácticas y tentativos cambios de jugadores. Con
cambios o no, la selección peruana es más línea por línea, pero el lastre, la “arruga”,
la furia pasiva, es lo que debe aniquilarse en el jugador peruano, no en
proyección al mediano plazo, sino esta misma noche.
En la historia de las selecciones
peruanas no ha habido una definición como esta. No puede compararse este
partido con las clasificaciones a otros mundiales (México 70, Argentina 78 y España
82). Este no es un partido importante, es pues el Partido. Es
hacer Historia o no.
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