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En la última edición de la revista Domingo
de LR, encontré una entrevista de Gabriela Wiener a la narradora y traductora
Teresa Ruiz Rosas, cosa que me alegró porque si hay una autora peruana que
merece toda la visibilidad posible, esa es precisamente Ruiz Rosas (RR), de
quien puedo sugerir, entre varios títulos, la lectura de tres novelas suyas: El copista, La mujer cambiada y Nada que
declarar.
Cosa curiosa, la entrevista se publica
días después de que me preguntaran por una narradora peruana en actividad que
considerara mayor. Al respecto, no lo pensé mucho, puesto que la poética de RR
siempre me ha parecido coherente en cuanto a su interno diálogo temático, además,
lo suyo, aparte del evidente vuelo de su escritura, siempre ha sido narrar, característica que podría
parecer extraña al ocasional lector del blog a cuenta de su obviedad, pero lo
digo incidiendo en su cualidad de cazadora de historias. En cada novela, RR ha
sabido hallar el tono narrativo adecuado para el asunto asumido, que encierra
también un compromiso ético, como lo podemos ver en Nada que declarar. No siempre nos hallamos ante la confluencia de
la buena prosa y el tema que prevalece por su fuerte carga moral, para nuestra
suerte, eso sí lo podemos ver en la poética de nuestra autora.
Ahora, me gustaría centrarme en un
aspecto de la entrevista de GW a RR: el desdén/ninguneo a la obra de RR, sea
por parte de la crítica y los gamonales en medios, detalle tan maravilloso, digno
de esta provincia literaria en la que reina la mezquindad y el loco afán de
nuestros autores y autoras por un metro cuadrado de posicionamiento.
Como señala la GW, “deberíamos saber
más” de esta escritora cuyos libros han merecido saludos de la crítica en el
extranjero y el genuino reconocimiento de los lectores. Por ello, la
pregunta/inquietud se impone en su propio peso: ¿a qué se debe esta situación?
En más de una ocasión he señalado que en
este país una mujer que escribe la tiene mucho más difícil en comparación a un
hombre que escribe, peor cuando la mujer
que escribe no solo exhibe fuerza narrativa y discurso. Entonces, sí se
justifica el eco que vemos en las redes contra esa extraña manera de arrinconar
voces de valía, entendiendo de antemano que la calidad literaria va más allá si
quien la escribe es mujer u hombre. Al respecto, pensemos en la escasa atención
que sigue recibiendo la publicación de los cuentos completos de Pilar Dughi.
Uno podría pensar muchas cosas que
traten explicar lo que ocurre, pero hacerlo no es más que un acto de mero
buenagentismo, porque se impone su cruda verdad: hay pues un atroz
silenciamiento hacia autoras peruanas que merecen ser leídas, dueñas de una
obra edificada en la más absoluta seriedad. Lo de RR es un caso que nos podría
ayudar a entender esta tara, que aparte de combatirse desde el justificado
reclamo, también habría que hacerlo desde la sana recomendación de sus libros.
Tal y como dije líneas atrás, para mí
Teresa Ruiz Rosas es nuestra narradora mayor en actividad. Sé que esta
afirmación incomodará en nuestro pueblerino circuito literario, pero no hay
mejor manera que refrendar lo dicho, o cuestionarlo, que conociendo esta
poética que desde hace muchos años viene construyendo su legitimidad.
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