sol
Luego de algunos días desconectado de la
realidad, inmerso en la etapa final de un proyecto de investigación, creí que
no me estaría perdiendo de mucho, pero vaya que me equivoqué. La primera señal
de esta mala percepción la vi hace un par de horas, mientras ocupaba mi mesa
preferida en la panadería Rovegno de Arenales, con el sano fin de pedir un
espresso y una empanada de carne, droga y capricho, respectivamente, del día ante lo que
consideraba un milagro: la belleza del sol sobre el verde del parque
Washington. Los que me conocen saben bien de mis reparos que tengo con el sol,
de los problemas de salud que me causa.
Todo iba bien, avanzaba con la lectura
de un librito de Colson Whitehead, cuando alguien comienza a ocupar una mesa en
diagonal a la mía, ubicada a menos de un metro, entonces volteo para exigir
silencio con la mirada, no hay nada que deteste más que el sonido de las patas
de las sillas arrastrándose. El sujeto que arrastraba la mesa no era otro que
el buen Álvaro, izquierdista light, lector de Chandler y docto en The Style
Council. De las muchas diferencias que podemos tener, el lazo emotivo con la
banda británica es lo que disipa nuestra serie de divergencias.
Como no nos veíamos en varios meses, nos
pusimos al día en algunas actividades. Se mostró interesado en la investigación
que llevo a cabo, hasta me preguntó si podía formar parte de ella, pero le digo
que estoy por entregar los avances en menos de quince días. Sin embargo, noté
cierta actitud de alerta en sus posturas, como si en la punta de la lengua
tuviera el contraejemplo a mi primer señalamiento. Seguramente creyó que lo
jodería con las noticias de las últimas horas, que ponen contra la pared a la
izquierda peruana a razón de los pagos recibidos por Odebrecht, noticias de las
que me acabo de enterar hace unos minutos, por cierto.
Hubo un tiempo en que Álvaro quiso ser
escritor. Lo conocí gracias a Cecilia, su hermana, en un recital de poesía en
la Universidad de Lima, circa 2004. Aunque no es escritor y no le pregunté si
sigue escribiendo, me consta que es un lector constante, lo que para mí es más
importante que escribir.
Eso, leer para leer, nada más, no sirven
los conceptos idealistas. En el acto de leer uno se encuentra, algo que no
sucede con nuestros escritores, que, como ya dije en más de una ocasión, andan
perdidos y a la caza de un desesperado posicionamiento, afán a cumplir que los
hace partícipes de una guerra pueblerina en donde la bajeza es munición para
los desesperados que anhelan el lugar del otro,
el libro del otro, la pinta del otro, la voz del otro. Demasiada maravilla.
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