sábado, diciembre 16, 2017

fuga

Despertar en un país llamado Perú.
Por ello, busco en las parrillas de los canales de cine una película que justifique la mañana. No solo me he levantado temprano para ver una película, también tengo que salir a terminar algunas gestiones en Jesús María y regresar a casa a seguir en la edición de un libro que la romperá el próximo año.
Lo mejor en estas horas de furia, decepción e impotencia al ver la manera de portarse de la bancada naranja, es que tienes otras salidas, distintas fugaz para la maldad y la mediocridad. En cuanto a lo segundo, tengo claro el asunto: sea por los medios de comunicación y la ola opinóloga de las redes sociales, se impone el apuro, como si arribar primero a una conclusión fuera la marca de referencia. Lo estamos viendo en las últimas horas, muchos justificando la vacancia, algunos criticándola, y los pensantes condenando el actuar matonesco de la bancada naranja.
No tengo duda de que PPK es un lobista, pero si se le acusa de haber recibido coima alguna, el señalamiento debe llevarse a cabo con el debido cruce de información y este no ha sido el caso, tal y como puede leerse en el comunicado de Odebrecht.
El presidente tuvo la gran oportunidad de cerrar el congreso el año pasado. No lo hizo porque creyó que podía manejar la majadería de las setenta ratas naranjas. Ahora somos testigos de lo que son capaces estos animales: el irrespeto por las normas constitucionales, su deseducación política, en otras palabras, ellos se creen los dueños de este mercado persa.
Ante ello, lo mejor es evadirse, aunque sea el fin de semana, sobrevivir a la resaca tras las horas festivas. Así la entiendo y así la quiero llevar a cabo, no pensando en las torpezas políticas de PPK, menos en las muestras espartanas de los congresistas de la mafia.
Para mi buena suerte, tengo una sensación calmada y satisfecha. A veces se llega a este estado gracias a una película, una canción y, claro, una (re)lectura.
Aunque no es lectura descubierta, no pocas cosas buenas genera encontrarse con la bella edición de una joyita narrativa de Stefan Zweig, editada por Acantilado: Carta de una desconocida.
Esta novelita fue lo primero que leí del famoso escritor austriaco, quizá a fines de los noventa, en la biblioteca del Goethe Institut. De escritura diáfana y sensible, me sorprendió la capacidad de Zweig para ingresar en los entresijos emocionales de una mujer, que en su adolescencia-juventud veía admirada y obnubilada a un joven pianista que vivía en una habitación de la casa en la que ella también. La joven deseaba pero no podía hablarle por vergüenza sentimental, característica, pues, del primer enamoramiento.
Quien se muestre interesado en leer una buena novela, esta es. Descubrir a Zweig puede ser todo un acontecimiento. Y para quien ya conozca la obra del autor, imagino que no dudará recomendarla, del mismo modo la versión cinematográfica de Max Ophuls, de 1948. 
Lo que me gustaría ver en algún momento, espero que en Acantilado, es la obra maestra del autor: la biografía Balzac. La edición de Jackson es difícil de hallar (de igual manera, la de Paidós, según me hace ver mi hincha El enfermo imaginario), el ejemplar que tengo llegó a mí por milagro. Lo recuerdo: fines de 2000, en Amazonas, días después de la Marcha de los Cuatro Suyos. Aún se respiraba la tensión social y había, en cuanto a mí, mucho odio contenido. El solo hecho de encontrar el libro significó una fuga, un escape necesario a la cólera que uno sentía por la situación del país.

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