martes, diciembre 12, 2017

emoción y verguenza

Marco García Falcón es uno de los autores más destacados de la narrativa peruana del siglo XXI. A estas alturas, considero poco probable que se le arrebate la insignia representativa que lo posiciona como el mayor prosista de su generación, a ello habría que añadir la discusión que suscita el rumor que lo ubica como uno de los más destacados prosistas surgidos a partir de 1950. Bajo esa impresión, si tuviéramos que hermanar su poética, tranquilamente, a nivel de prosa, pensaríamos en Julio Ramón Ribeyro y Luis Loayza. Así es, palabras mayores, valoración sustentada en la sana y desinteresada experiencia de la lectura.
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Desde la publicación de su cuentario París personal (2002), García Falcón (GF) supo dejar la marca de su sello. Es decir, así nos hayan gustado o no los argumentos de aquel conjunto, teníamos la certeza de que estábamos ante una voz singular y una escritura que fluía sin problema alguno, distinguiéndose en sobriedad y ajena a lo que para no pocas plumas, entre debutantes y trajinadas, es todo un dolor de cabeza: el hechizo de la compleja sencillez. Estas dos características también las vimos cuando GF incursionó en novela, recordemos El cielo de Capri (2008) y Un olvidado asombro (2014), empresas en las que afianzó su cualidad de eximio prosista y eficiente contador de historias.
Si tuviéramos que elegir entre estos tres títulos aquel que sirva de puerta de entrada a la presente poética, no tendríamos que pensar mucho. Es su primer libro de cuentos el que nos brinda la marca en alto relieve de lo que fue/es/será la cartografía narrativa de GF. Al respecto, y a modo de ejemplo general, pensemos en el diálogo estilístico y temático entre las dimensiones metaliterarias y vitales que caracterizaron a la narrativa peruana que se dio a conocer en la década pasada, precisamente en sus años de apogeo (2004 – 2007). Esta característica inicial originó más de una discusión y no pocos autores y críticos perdieron la brújula al especular sobre su inmediato antecedente, cuando lo cierto era que en París personal se hallaba su origen de época. Pero este libro no solo quedó como documento, se alejó de la mención barata de los pie de página, puesto que el tiempo lo ha convertido en uno magisterial para autores en ciernes y del mismo modo para plumas fogueadas pero perdidas en los intereses temáticos de lo que se entiende como metaliteratura. Por esa razón, me pregunto: ¿Qué hubiese ocurrido si prestábamos más atención a este libro? Fácil: lo metaliterario no hubiese desaparecido como lo hizo, dejando una incómoda sensación de moda o mero interés editorial.
Tanto la crítica y los lectores destacaban el vuelo narrativo de GF, y en lo personal recuerdo la sentencia que sobre el autor diera el recordado Oswaldo Reynoso, nuestro estilista mayor luego de Martín Adán: “El mejor de todos”.
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Si algo podíamos objetar a este escritor, si un reparo consensuado se imponía como señalamiento, este no era otro que la falta de arrojo que exhibía en sus temas que abordaba. Es cierto que sus historias yacían en la arqueología emocional, pero a esta arqueología le faltaba tierra y barro, ensuciarse como debía, cosa que extrañaba a sus lectores, puesto que arsenal narrativo es lo que siempre le ha sobrado.
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Por ello, los saludos de la crítica y los genuinos aplausos de los lectores que viene generando su última novela, Esta casa vacía (Peisa, 2017), son más que justificados. Y sin exagerar, la presencia de esta novela justifica la producción novelística de este año. Cuando parecía que la irregularidad sería la pauta, GF nos entregó una novela en la que prima lo que no viene exhibiéndose en nuestros narradores: emoción y  vergüenza.
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Nuestro autor nos presenta a Giovanni Perleche, escritor y profesor universitario, entregado a todos los trabajos posibles que le permitan pagar las deudas generadas por la casa que construye en el inmenso jardín dentro de la casa de sus suegros, pero ante todo Perleche está preocupado por costear el tratamiento de la extraña enfermedad que sufre su pequeño hijo Tadeo. Perleche transita por la vida, derrotado por su situación familiar y sin pocas expectativas de futuro inmediato, pero en esta situación, Perleche refuerza su esperanza, la búsqueda de redención en la escritura. Mediante este acto de fe nos cuenta su descenso a los infiernos, en la que su autodestrucción a causa de las drogas es una de las perlas de su degradación. Perleche no es un mal tipo, por el contrario, podemos aplaudir su buena voluntad y es precisamente en este aspecto donde GF pone la carne en el asador: nos detalla la incoherente configuración moral de su protagonista. Perleche no quiere hacer daño, pero daña. Perleche quiere cambiar, pero no puede hacer nada ante el placer que encuentra en la zona oscura de su vicio.
Así es, somos testigos de un hombre que se dinamita solo. Y para tal fin, nuestro autor repotencia recursos que habíamos visto en sus novelas anteriores y que aquí brillan en excelencia: la fuerza del silencio narrativo. Lo que no se dice y que destruye. No es gratuita, por ello, la presencia de uno de los epígrafes de la publicación, como los siguientes versos del poeta Lizardo Cruzado: “Escribo / Porque / Me gusta el / Silencio / Si no, gritaría”. Y tampoco es gratuita la referencia a Blanca Varela durante el desarrollo de esta historia, alusión que refuerza la epifanía de la transmisión silente.
La novela es dueña de una estructura compleja que ampara a muchos personajes, situación que podría peligrar cuando hablamos de una novela aparentemente corta (no nos engañemos por la diagramación), mas esta complejidad se diluye a cuenta de la excelente prosa de GF, y cuando digo “excelente”, no lo hago destacándola como virtud de oficio, sino por simple descripción. Lo que puede pintarse de virtud para otras voces, en estas páginas es naturalidad.
Como ya indicamos, son los silencios que taladran los que llevan la novela a una radiactividad que agradecemos. Uno como lector se pregunta en qué momento Perleche empieza su autodestrucción, las inquietudes se suceden una tras otra con el claro objetivo de entender el origen de este viaje al agujero negro de la vergüenza. Una de ellas: ¿qué lo lleva a dejar por escrito su cataclismo personal? Para tener una inicial idea de ello, prestemos atención a los pasajes en los que Perleche detalla su reencuentro en su etapa de enamorados con Micaela, su esposa y madre de su hijo; en los lazos que halla entre su padre y su suegro, aspectos que lo debilitan y enfurecen; también en sus amigos Dante y Paco Mendizabal, que lo transportan a un pasado cuando la escritura y la vida eran razones suficientes para justificarse ante sí y los demás.
Aparte de entregarnos una muy buena novela, cuyas cimas narrativas nos resultan evidentes, GF nos presenta una íntima radiografía generacional, es decir, la puesta en escena de la resaca existencial que marcó a la juventud tras la dictadura fujimorista, juventud preocupada en sí misma, sin más horizonte que la supervivencia egoísta.
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Todas las reseñan coinciden en que este es el mejor libro de GF y quien esto escribe se une a ese veredicto. A este consenso sumaría su posicionamiento como una de las mayores novelas peruanas del presente siglo. Sin embargo, y esto es lo más interesante: la novela no solo es expresión literaria de otro lote, puesto que la experiencia estética que depara viene seguida de un cuestionamiento en el lector de turno, generando en él la posibilidad de un cambio de actitud. ¿Acaso todos somos Perleche o tenemos algo de su dañada sensibilidad? Lo dicho, queridos lectores, no se manifiesta tras la lectura de cualquier libro.
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Desde ya nos encontramos ante una novela que sobrevivirá por sí sola. Y es hora de manifestar lo siguiente: novelas como esta nos brindan la posibilidad de pensar en un buen momento de la narrativa peruana actual, pero uno real, sin trampa, ergo: lejos de las estrategias de posicionamiento feroz de sus autores y sin editoriales grandes e independientes que nos venden humo de orégano cada semana.

… 

En SB

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