lunes, diciembre 11, 2017

reencontrar

El sábado en la noche, dos horas después de la presentación del cuentario de una amiga en la Feria Ricardo Palma, caminaba por las calles del Centro, en donde me encontraría con un grupo de amistades y conocidos, con los que asistiría a dos conciertos. Aunque yo solo pensaba ir a uno.
Sea como fuere, llegué al bar y más de un integrante del grupo ya estaba sazonado, según supe, desde las seis de la tarde. El ambiente del bar estaba en un creciente punto de ebullición, voces pautadas por la alegría, la motivación líquida como permanente acicate.
Compartí tres chelas pero sentía hambre. La obligada dieta en base a ensaladas y carnes a la plancha resultaba insuficiente para mi estómago. Me puse de pie y dije que volvería luego, el pretexto: comprar una cajetilla de Pall Mall rojo.
Había necesidad de grasa, pero ante todo de sabor. En cierta ocasión, mi pata Abelardo me llevó a un chifa en el Rímac. Quizá el chifa con el servicio más rápido de Lima. En menos de dos minutos el cliente tiene en su mesa el plato seleccionado, además, no tienes la sensación de que te apuran.  
No estaba decidido del todo, ir a ese chifa me alejaría del grupo, pero no de los destinos que justificaban la noche. Se trataba de un capricho, lo que más abunda en esta ciudad, no son pollerías y cevicherías, sino chifas. ¿O quizá era solo el deseo de caminar? En lugar de hacerlo por Camaná, me abrí de la ruta con la idea de dirigirme al chifa rimense por la plaza Mayor.
Sin embargo, me detuve un rato en la plaza San Martín. Allí encontré a los eternos polemistas, distribuidos en cuatro grupos. Hablaban de la actualidad política, como también de las cualidades de la cultura incaica. A pocos metros de uno de ellos, un pata de lentes gruesos vendía en el suelo una serie de separatas políticas y también algunos libros. Mi celular comenzó a vibrar y cuando lo vi, quien llamaba era uno de los patas con los que iría a uno de los conciertos. Como ya sabía las direcciones de los destinos, no contesté la llamada. Me concentré en los libros, y valió la pena, sirvió no apurarse ante las joyitas que uno encuentra por segunda vez, porque un par de libros no los veía en tiempo. Esos títulos los tengo en casa, resistiendo al tiempo en cada relectura fragmentada. La novela de una novela de Thomas Mann, en Sur; y Lo mejor de Rolling Stone, en Ediciones B. El segundo título no tenía la falsa carátula, pero era un detalle menor. Los compré y fue inevitable no ser invadido por una grata y calmada satisfacción. 
Olvidé la caminata hacia el chifa y fui por un cuarto de pollo a la brasa en Kachito, antes de ir a los conciertos del Jr. Moquegua.

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