viernes, diciembre 01, 2017

valentía

Una taza de café.
Me conecto a las redes, abro un par de archivos en Word. En uno trabajaré la entrevista a uno de los mayores prosistas de la narrativa hispanoamericana contemporánea, en otro la reseña de una novela, aunque llamarla tal puede generar más de una confusión, que me ha gustado mucho.
Recién, luego de varios días de inmersión en los recovecos de la gripe, me pongo al día en algunas cosas.
Antes de seguir con las tareas, salgo a la panadería del barrio a comprar leche chocolatada. Mientras camino reviso las novedades del mundo virtual, esa cantera en donde el lugar común tiene un rol estelar, ni hablar del apuro de pensamiento y su necesidad de exponerlo lo antes posible.
La desazón domina el ánimo del peruano promedio, el que ahora veo en las redes sociales es el mismo en las calles. El tema recurrente, la frivolidad travestida de cuestión trascendente: los partidos que tendrá que jugar la selección peruana de fútbol en el Mundial de Rusia. Entonces, me inquieto ante tanta estupidez, o sea, ¿qué esperábamos, acaso enfrentarnos a Panamá, Corea del Sur, Islandia y Arabia Saudita? Nos iba a tocar un grupo complicado, además, somos un equipo chico que intentará recuperar los mágicos chispazos que la selección mostró en los mundiales de 1970, 1978 y 1982. Seguramente, y me aferro a esa esperanza, en las próximas horas el sentido común hará su labor, inyectará desahuevina en la vena del hincha preocupado, lloriqueando, a manera de tránsito a su mayor pesadilla: la posible humillación.
Una venezolana me atiende en la panadería, al final compro dos leches chocolatadas. Regreso a casa, quizá algo aturdido, pero hablo de un aturdimiento que se agradece, porque hay que ser agradecido cuando de entre lo que lees, hay cosas que sí valen recomendar, es como si lanzara un mensaje dentro de una botella al mar, con la idea de que alguien coja tu eco contenido. A eso se llama compartir, lo demás son huevadas discursivas.
De hecho, escribiré del libro en los próximos días. Mientras tanto, solo sus señas: El origen de la hidra. Crimen organizado en el norte del Perú de Charlie Becerra.
Hace unos meses hice un post sobre la confusión reinante entre nuestros pulpines, que creen que basta y sobra con estudiar comunicaciones para ser periodistas. Tamaña cojudez la podemos ver en las redacciones de los diarios capitalinos, poblados por esperpentos pautados por la arrechura exhibicionista, como testimoniar el proceso del “trabajo periodístico” en Instagram, que conduce a una impresión común en mujeres y hombres de a pie: cualquier huevón(a) puede hace ese trabajo. 
Por ello, no solo gratifica encontrar un periodista joven como Becerra, que asume el oficio con todos los peligros que su práctica demanda, en testimonio de tácita valentía. Aquí hay pues una ética.

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