martes, marzo 27, 2018

aprendizaje


En el maravilloso librito My favorite things. Conversaciones con John Coltrane (Alpha Decay) de Michel Delorme, encontramos una respuesta que habría que poner en práctica para estos tiempos en los que la chibolada está cada vez más sometida a férreas e inútiles exigencias a vista y paciencia de la platea virtual.
Ante la inquietud sobre con qué tipo de músicos le gustaba trabajar a “Trane”, este manifiesta su preferencia por aquellos que basan su pericia en el entusiasmo y no solo en la ejecución perfecta. Con los duchos se puede redondear piezas, pero en este curso la garantía de hechizo no está asegurada, no en la mayoría de casos. En cambio con los entusiastas siempre está la opción de la sorpresa, el condimento de este género musical: la posibilidad de la improvisación. Además, el músico señalaba como ingrediente clave la impresión primeriza que signa a los entusiastas, es decir, la característica de quienes quieren aprender.
Lo que no dejó de buscar Coltrane a lo largo de su vida, fue aprender mediante la enseñanza, he ahí la razón que entre las luminarias del jazz sea el músico de quien más se pueda asimilar recursos sin estar bajo la sombra de un genio (y bien sabemos que esta categoría también se la podemos adjudicar). 
Siguiendo esta lógica, pienso en el aprendizaje literario. Es obvio que no podemos aprender de todos, como esas plumas que a la más mínima asimilación convierten al principiante en imitador o caricatura, a estos solo hay que disfrutarlos, del mismo modo recoger sus influencias, pensemos en García Márquez y Borges; en cambio están los otros, que dejan al lector no solo epifanía, sino también un manual de aprendizaje, a saber, el andamiaje estructural de Vargas Llosa en sus novelas, recordemos Conversación en La Catedral.

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