loayza y la no exhibición
En estos días lamentamos la desaparición
de Luis Loayza, prosista de lujo de nuestra tradición literaria que la rompió
en narrativa y ensayo. Es precisamente el Loayza ensayista el que me gusta más,
por ello, sugiero la (re)lectura de El
sol de Lima, Sobre el 900 y Libros extraños. Volver a estas páginas
nos hace partícipes de su ánimo: Loayza sabía porque leyó muchísimo, pero en
ese conocimiento jamás evidenció soberbia intelectual, sino hechizante
naturalidad. He allí el secreto de su radiación con los lectores. En él, lo
difícil no se notaba y ese es su magisterio: pensar en el otro cuando se
escribe.
Siempre ha llamado mi atención su
relación con la literatura. Más de una vez he pensado que algo tuvo que
ocurrirle a temprana edad para que haya dinamitado su ego, a saber, no
conocemos a la fecha entrevista alguna que se le haya hecho. En cierta ocasión
quise entrevistarlo para Buensalvaje
y esta fue su respuesta: “Estimado Gabriel, siento decirle que prefiero no dar
entrevistas”. Para aquel entonces, Loayza era toda una leyenda, el Salinger
peruano aferrado a su ley de no exposición.
De haberlo querido, Loayza pudo gozar de
mayor nombradía continental, talento y sapiencia le sobraban, también
contactos, como los de su amigo Mario Vargas Llosa, quien le profesa admiración
en El pez en el agua. Este es pues el
otro legado que nos deja: vivir en literatura, consagrarse a la lectura y no
apurarse por publicar. Su vida y su obra son un incuestionable ejemplo de ello,
en especial para estos años en los que el escritor peruano vive entregado al
reconocimiento plástico de las redes sociales y al lustrabotismo editorial,
maravillas del mal gusto que lo hubiesen espantado de haber sido testigo
directo. Hagamos el esfuerzo y sigamos su actitud.
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