narrativa sin crimen
En cierta ocasión, escuché decir lo
siguiente a Alonso Cueto: “el Perú es un país privilegiado para la novela
policial”. También a Miguel Gutiérrez, que dijo que el contexto peruano resulta
propicio para la construcción de novelas de género. En ambas impresiones, un
lazo las une: el conocimiento de lector por las buenas novelas de divertimento.
Ahora que vemos los destapes del
siniestro Jorge Barata, me pregunto si acaso nuestros narradores se estén
documentando al respecto, puesto es todo un personaje de novela. Espero que sea
así, porque de lo que ha adolecido la tradición narrativa peruana es
precisamente de novelas policiales y negras. Solo hemos tenido contadas
incursiones, pero sin las señas de la continuidad de proyecto.
Si tuviéramos que rastrear las razones
que nos expliquen esta situación, tendríamos que pensar en la ausencia de
lecturas de divertimento durante la adolescencia, pensemos en las novelas de
Salgari, en las sagas de ciencia ficción de Asimov, en las maravillosas
historias de Conan Doyle, Agatha Christie y George Simenon. Cuando el potencial
escritor peruano comienza a forjar su convicción por la ficción, lleva a cabo
su empresa con lecturas canónicas y en base a ellas proyecta su futura poética.
Esta actitud se condimenta con un prejuicio: las novelas de aventuras (y
derivados nominales) como subliteratura.
El país está podrido por la corrupción y
el crimen (Odebrecht, narcotráfico, sicariato, trata de personas, feminicidio)
y la ficción no los aborda no por falta de interés, sino por causa de los
agujeros formativos de sus autores. En cambio, la no ficción está aprovechando
el contexto, a saber, El origen de la Hidra
de Charlie Becerra. Ocurre que el escritor peruano de ahora anda muy preocupado
en las cuestiones pueriles del “parecer” (fotitos, aceptación oficial,
festivales, invitaciones a ferias) que en “ser” (leer e investigar).
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